En Santiago de Chile, la capital del país, no hemos pasado
demasiados días. Parece mentira pero, aunque somos muy urbanitas, el choque de
la gran ciudad después de tanta naturaleza nos ha resultado algo fuerte. Ir
enlatados en el metro, la cantidad de coches, la neblina de contaminación que
sólo deja entrever la imponente cordillera de los Andes… son aspectos que nos
han sorprendido como si hiciera años que no pisáramos una ciudad.
Para ser justos, tenemos que decir que podríamos haber
pasado muchos más días descubriendo Santiago. Esta ciudad es para vivirla, más
que para visitarla como turista. Con una oferta cultural apabullante y barrios
grafiteados llenos de locales y galerías como Bellavista, seguro que se suceden
movidas muy interesantes. Los santiaguinos también nos han parecido personas
muy amables y curiosas, y abundan, más que en cualquier otro lugar que hayamos
pisado hasta ahora, los modernos de pantalón de pitillo, los tupés, los emos y
los pelos verdes.
Tuvimos la mala suerte de que el Museo Precolombino
estuviera cerrado (parece que lo van a remodelar durante todo 2012), así que
nos contentamos con recorrer la ciudad para conocer su historia. La
impresionante y oscura catedral, donde apenas hay vidrieras para que no la
derrumbe ningún terremoto, pero que a la vez es tan altiva y elegante, fue seguramente
lo que más nos gustó.
Pero sin duda lo más notable, para conocer la historia
reciente de Chile, fue visitar el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos,
cuyo recorrido empieza con una sala dedicada al golpe de Estado de 1973 contra
el gobierno del presidente izquierdista Salvador Allende. A partir de ese 11 de
septiembre (otro 11 de septiembre, ¿pero qué tendrá esta fecha?), que se
recuerda con multitud de vídeos y fragmentos radiofónicos, dos plantas enteras
desgranan las etapas por las que pasó la dictadura y las numerosísimas
violaciones de los derechos humanos del terrorismo de Estado. El museo, que
cuenta con cientos de testimonios y documentos audiovisuales muy valiosos, recorre
también las luchas sociales, iniciadas por familiares de prisioneros políticos,
desaparecidos y ejecutados, en un periodo que acaba con el plebiscito de 1988, cuando
la mayoría de chilenos votó NO a la continuación de Pinochet. El recorrido
resulta muy interesante pues, además de recuperar una parte fundamental de la
memoria de Chile, muestra cómo una sociedad y la presión internacional pudieron
derrotar una dictadura por la vía democrática.
Además del museo, también visitamos un centro de detención y
tortura situado en el mismo centro de Santiago, Londres 38. Durante la visita
guiada por las salas vacías de una antigua casa unifamiliar burguesa convertida
en centro de tortura, uno puede imaginarse lo que debían sentir las casi 30.000
personas que fueron recluidas en más de 1.000 centros por todo el país. De
éstos, más de 3.000 desaparecieron o fueron ejecutados. Nos pareció interesante que no se conserva ningún
instrumento de tortura ni nada que pudiera distraer la atención hacia aspectos
macabros (no es el Museo de la Tortura de Amsterdam, cuyo brutal contenido
despierta mucho interés, pero no invita a ninguna reflexión posterior). En la
visita, que compartimos con unos escolares, el guía logró que habláramos sobre
la necesidad de la separación entre el poder ejecutivo y judicial, o sobre la importancia
de que el Estado respete siempre la dignidad humana para no perder la
legitimidad.
Además de la parte histórica y cultural, también salimos una
noche a un local que cuyo nombre no queremos acordarnos. Pero en el bar de al
lado probamos el riquísimo pero también letal Terremoto, una bebida local con
vino blanco, helado de piña y algún que otro licor más, que se parece al agua
de Valencia: vas bebiendo, es muy suavecita, y, zas, a la que te das cuenta,
estás dando tumbos. Muy recomendable.
Ah, y otra experiencia interesante la tuvo Mariona en
una exposición del vídeo-artista Louis van Andelsheim en el Museo de Arte
Contemporáneo. En una instalación te invitaban a meter la cabeza, con los ojos
cerrados, en un agujero de una pared. Después de sacarla, te hacían entrar a
otra sala, ¿y ahí qué veías? Ni más no menos que a ti misma metida en un ataúd,
con los ojos cerrados… ¡Muy fuerte! Fue muy reconfortante salir de esa sala y
verte reflejada en un espejo, vivita y coleando.
Por cierto, nos perdimos el temblor de casi 7 grados que
sacudió Chile mientras íbamos en un autobús de Pucón a Santiago. El bamboleo
era tanto en el piso de arriba que no notamos nada de nada. Por lo visto gue muy largo y los guiris se asustaron bastante, así que igual fue mejor perdérselo, aunque como experiencia nos hubiera gustado sentirlo, la verdad.
Subiendo al Cerro Santa Lucía con cara de haber comido un limón
La robusta Catedral, sabiamente endulzada por arquitectos italianos
Xavi posando en una foto que la fotógrafa no quería hacer
Dedicado al Equipo L
Pescadería en el mercado ¡nunca habíamos visto cortar el pescado tan rápido!
Un ceviche y un buen caldo para acompañarlo
Allende mirando hacia La Moneda
En Londres 38, recordando episodios de "desinformación"
Mimetizándonos con el arte callejero en Bellavista...
donde todo absolutamente está cubierto de graffittis
¡El ansiado lametón!
En el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos
Frente a las fotos de los ejecutados y desaparecidos
Mi imagen en un ataud, pero cuidado... ¡que esta muerta está muy viva!
Un terremoto (temblor para los chilenos) y nosotros sin sentirlo...
Mc-Iver, jeje, muy bueno.
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