31 de julio de 2012

Viviendo con monos en Puerto Nariño


Acabamos de llegar a Colombia y ya hemos conocido uno de esos sitios en los que te preguntas si te podrías quedar a vivir. Se llama Puerto Nariño y es un pueblo de 5.000 habitantes a orillas del Amazonas, a dos horas en lancha de la ciudad de Leticia. La llegada a Leticia, después de 10 horas en lancha rápida desde Iquitos fue algo accidentada, pues como el puerto de Leticia no se puede utilizar cuando ha oscurecido, nos dejaron en Tabatinga (Brasil), y de allí tuvimos que patear una media hasta Colombia cargados con las mochilas. Era domingo por la tarde y no había un solo taxi que pillar. Para más inri, sólo pudimos hacer los trámites de salida a Perú pero no los de entrada en Colombia, para los cuales nos habríamos de desplazar al día siguiente al aeropuerto. Así lo hicimos a primera hora y ese mismo día nos fuimos a Puerto Nariño.

Idealmente ubicado en medio del verde de la selva y a orillas del Amazonas, Puerto Nariño se distingue por no tener más vehículos motorizados que una ambulancia, un coche de bomberos y otro que recoge la basura. Reina la tranquilidad y el estrés no existe. Sus habitantes y algún turista pasean tranquilamente por las calles pavimentadas saludándose amablemente y admirando las casas pintadas y los cuidados jardines del pueblo. Desde los altavoces del mirador, a las 17.30 pasan el bando: que si se ha organizado tal torneo de fútbol, que si tal tiene carne para vender, que el trámite cual se debe hacer en tal horario… Esa es también la mejor hora para subirse al mirador, desde donde se puede asistir a una puesta de sol bellísima sobre la selva y el Amazonas, y admirar cómo la naturaleza rodea el pueblo por sus 360 grados, aparte de escuchar el estruendo que realizan miles de aves que se agrupan al atardecer.

Nosotros no nos alojamos en el propio pueblo, sino a 15 minutos andando, en El Alto del Águila, unas cabañas regentadas por Fray Héctor que también están junto al río. El lugar es absolutamente impresionante, con decenas de animales en libertad que conviven entre ellos y con el visitante. Así hemos podido trabajar junto a guacamayos, jugar con monos y observar interacciones curiosas entre patos, gatos y un perro. Además de la diversión, a veces hemos tenido que defendernos, sobretodo de uno de los monitos fraile o ardilla, que cuando no se colaba en la habitación para colgarse de la mosquitera, se metía en la cocina para intentar comerse nuestra comida. Especialmente complicada ha sido la convivencia con todo tipo de insectos chupasangre a pesar de que contábamos con tres tipos diferentes de repelente, entre ellos el Goibi y el famoso jabón colombiano Nopikex. Entre mosquitos, arenilla y no sé qué otros bichos, nos han masacrado bastante, y es que aquí no hay repelente que valga. Lo único que ayudaba un poco a acabar con los malditos insectos eran los pequeños sapos y arañas que habitaban en la cocina y los baños.

A parte de estar por el pueblo o en El Alto del Águila, aprovechamos la estancia en Puerto Nariño para conocer el Lago Tarapoto, donde en teoría había delfines rosas. No vimos ninguno pero aprovechamos el viaje para bañarnos en el Amazonas y para intentar pescar pirañas para la cena. Xavi pescó una y Mariona dos peces distintos, pero como eran muy pequeños los soltamos. Eso sí, no nos quedamos sin pescado porque Marcela y Eduardo, una pareja de colombianos, pescaron bastante y lo compartieron con nosotros durante la cena. También tuvimos la suerte de conocer a Juan Diego, un bogotano biólogo que nos sabía explicar cosas sobre cada ave y cada planta que veíamos.

Con ellos tres también hicimos una excursión de cuatro horas por la selva hasta la comunidad de indígenas ticunas de San Martín. En el camino, donde sudamos la gota gorda, nos embarramos literalmente hasta las rodillas, pero pudimos apreciar la diferencia entre las partes originales de la selva y las zonas taladas por el hombre para usarlas como tierra de cultivo. Ya en la comunidad, a la que llegamos gracias a unos niños que nos cruzaron en bote por el río, un señor llamado Víctor, encargado del turismo, nos sentó en su casa para explicarnos la historia de la comunidad. O eso pensábamos nosotros. De hecho, durante los primeros cinco minutos nos contó varias leyendas y que las diferentes comunidades de ticunas están divididas en lo que hoy son tres países: Brasil, Perú y Colombia, en una zona donde también hay otros indígenas como los boras o los yacunas. Pero luego empezó a explicarnos, durante largo rato, las caminatas que él podía ofrecer y todas las capacitaciones a las que había asistido, lo cual nos pareció un poco aburrido y desafortunado, demasiado mercantilista. Después descubrimos que la comunidad no saca provecho de lo que gana este hombre con el turismo, por lo entendimos que los extranjeros no sean acogidos con demasiada efusividad.

Nuestro amigo Juan Diego, que ya iba con la idea de quedarse allí una noche, fue inteligente y decidió quedarse con la familia de un artesano, que por la tarde le enseñó a tallar una hoja con la madera de palosanto y le llevó a ver después un partido de fútbol en el que todo el pueblo apostaba por un equipo o por otro. Nosotros esa misma tarde volvimos a Puerto Nariño en un bonito trayecto en barca. Al día siguiente tomamos una lancha rápida para volver a Leticia, y de allí, después de comernos un excelente Pirarucú (el pescado más grande del Amazonas), nos dirigimos al aeropuerto para volar a Bogotá, pues por tierra no se puede salir de aquí. La primera parada en Colombia ha sido inmejorable, a ver qué nos depara ahora la capital del país.


Llegamos a Colombia con una luz espectacular



Al día siguiente nos vamos hacia Puerto Nariño



donde nos recibe un simpático guacamayo



La puesta de sol desde el mirador del pueblo es sublime


Y el pueblo en sí, rodeado de verde



Pillamos in fraganti al monito que se había colado en la cocina para pisparnos la comida



Trabajando con la ayuda de nuestros amigos



Y por encima, observan la escena unos cuantos más



Nos vamos en bote hacia el Lago Tarapoto



por donde también hay árboles gigantes



Xavi y su mini-piraña que pronto volverá al agua



En un acto de fe, nos bañamos a pesar de las pirañas



Con Juan Diego y Jose en el tablón de anuncios del pueblo antes de irnos a San Martín



de caminata. también con Eduardo y Marcela



alguno de los bichos que vemos por el camino se las traen



a esta pobre no la chafamos de milagro



después de tres horas de pateada por el fango llegamos al río Amacayayu, ya queda poco



una horita más y llegamos a San Martín de Amacayayu



aquí la gente vive principalmente de la pesca y de la venta de artesanía a los cuatro turistas que llegan



en los alrededores del pueblo todo es selva



la niña no duda en bañarse con la piruleta en la boca



mientras los amiguetes juegan y pescan



Volvemos a  nuestro paraíso de guacamayos



Temprano, por la mañana, vemos sus últimos vuelos



por encima del Alto del Águila



Nos despedimos también del gato de ojos dispares



y es que, aunque cueste, toca irse de este magnífico lugar



y decir adiós al Amazonas.... por el momento...

27 de julio de 2012

Iquitos, descubriendo la gran urbe de la selva peruana


Es curioso lo poco que nos ha costado acostumbrarnos al calor y al ritmo de Iquitos, una ciudad aislada del resto del Perú, a la cual sólo se puede acceder por avión o por el río. Una de las cosas que sorprende de esta ciudad son sus dimensiones. Iquitos, con sus más de 500.000 habitantes, es la segunda ciudad más grande de la Amazonia, y aunque no hay casi coches, por ella circulan 50.000 ruidosos mototaxis que con su barullo y movimiento le otorgan un carácter especial.

Lo más impresionante de Iquitos ha sido visitar Belén, un barrio periférico que se inunda cada año durante la estación de lluvias. Algunas de las casas de la parte baja están construidas sobre estructuras de madera y flotan cuando llueve, otras tienen la parte residencial directamente elevada sobre pilotes, a tres metros sobre el suelo. Pero luego están las casas de cemento de la parte más alta, que no flotan cuando la crecida del río las inunda. Solución: quitar todos los muebles y trastos de la planta baja, y dejar que entre el agua. A partir de ese momento la gente entra en sus casas en barca. Por eso, a pesar de las distancias, al barrio se le llama “la Venecia peruana”. Este año, entre enero y marzo, el río Amazonas ha tenido una espectacular crecida, lo que ha dificultado aun más la vida de mucha gente. Desde nuestro punto de vista, parece increíble que alguien decida vivir en un lugar que sabe va a estar inundado durante parte del año. Cuando le preguntamos a un guía que nos llevó a dar un paseo en barca por el barrio si la vida allí no era muy dura, nos contestó con una sonrisa que “la gente está acostumbrada”. 

De pasta de moniato nos quedamos cuando visitamos su casa, porque por no tener no tenía ni paredes, sino algún que otro trozo de madera y chapa. Y el lavabo, como el del resto de vecinos, es una pequeña caseta sobre el río, a donde va a parar todo a pesar de que las mujeres lo usan para lavar la ropa y algunos hasta pescan en él. Especialmente triste fue ver al padre, enfermo de un derrame cerebral, acostado sobre un catre en el suelo separado del resto de la estancia por una fina cortina. Esperamos que se recupere.

En las calles de este barrio se celebra cada día uno de los mercados más alucinantes que hayamos visto en la vida, el mercado de Belén. Los productos que tienen y cocinan son totalmente autóctonos: peces de río como doncellas, paiches o palometas;  caimanes (o “lagartos” como los llaman aquí), frutas exóticas como el aguaje, etc. En una de las calles están especializados en remedios naturales, y además de todo tipo de plantas, venden brebajes exóticos contra todo tipo de males (el 7 raíces) y afrodisíacos potentísimos como el SVSS (Siete Veces Sin Sacarla) o el RCN (Rompecalzones). Para quien quiera flipar en colores, recomiendan un viaje con ayahuasca, un potente alucinógeno que cada día está más de moda entre los viajeros y que aquí te venden para que te lo prepares tú mismo, aunque todo el mundo lo desaconseja sin la presencia de un buen chamán.

Alrededor de Iquitos y por toda la Amazonia proliferan los lugares en los que hacer ceremonias de ayahuasca guiadas por chamanes. Hay gente que decide pasar una semana en alguno de estos lugares y hacer varias ceremonias para purgarse de sus males y hacer introspecciones en uno mismo. Por lo que dicen, a través de alucinaciones de toda clase la planta te confronta contigo mismo y te indica el camino a seguir. Eso sí, durante la ceremonia es muy probable que vomites o defeques. En fin, es algo muy fuerte que nosotros no probamos pero que, si se hace, mejor hacerlo con un chamán reconocido y no con alguno de los cientos de charlatanes que deben proliferar por ahí. Conocimos a un italiano que nos contó que la experiencia alucinógena fue mucho más fuerte que cualquier ingesta de hongos, o un británico al que la ceremonia le sirvió para darse cuenta que debía replantearse la relación con su novia. También hablamos con un bielorruso que había dejado su vida como carpintero en Nueva York para trabajar y aprender en un centro que estudiaba cómo relacionar la ayahuasca con el psicoanálisis occidental y otras técnicas de meditación budistas. El chico ya llevaba más de 30 sesiones y nos pareció muy majo, tranquilo y cuerdo.

Volviendo al mercado, lo más sorprendente que vimos fueron las paradas donde vendían monitos (un monito a 20 €), guacamayos, tortugas o lagartos, todos ellos extraídos de la selva para convertirse en exóticos  animales de compañía o acabar en una sopa. Una salvajada que muchos turistas, aunque a veces con buenas intenciones, siguen fomentando cuando compran los animales para luego dejarlos en los centros de rescate y así “liberarlos”, sin darse cuenta que están alimentando la captura de estos pobres bichos para su posterior puesta en venta.

En Iquitos hay varios lugares especializados en la rehabilitación de animales que han sido rescatados o que los propios propietarios han entregado porque no les dejaban vivir. Los monitos frailes, por ejemplo, son terriblemente celosos, así que cuando se encariñan con un miembro de la familia atacan a todo aquel que se le acerca. Entre los lugares que visitamos está el Mariposario de Pilpintuwasi, donde además de criar mariposas tienen a animales rescatados como el mono inglés, el perezoso, el jaguar o el oso hormiguero. También fuimos a un centro de recuperación de manatíes, donde asistimos a las explicaciones de un motivadísimo voluntario, Jason, e incluso pudimos dar de comer a estos mamíferos acuáticos de cara bien curiosa.

Aparte de estas visitas en los alrededores, aprovechamos la estancia en Iquitos para degustar su gastronomía y probar las bebidas locales en los bares de la zona. Saboreamos los deliciosos chicharrones de pescado en Como en el Norte o diferentes tipos de riquísimo pescado amazónico y lagarto a la parrilla en el Mercado de Belén. Para despedirnos de la ciudad, fuimos con nuestros amigos alemanes Tobias y Chrisi a probar una gran variedad de chupitos amazónicos en el Palo Alto, muy popular entre los lugareños. Así, con gusto a pescado y a licores de frutas y hierbas, dejamos Perú después de más de 40 días de disfrute en este variado y espléndido país. 






A ver a ver, ¿qué toca escribir hoy? ¿Una carta de amor, un documento oficial?



Una marea de mototaxis, la estampa más habitual en Iquitos



Curiosa forma de colocar a los "peces prehistóricos" en el mercado de Belén



Patas de "lagarto" a la parrilla



El ajedrez, una buena manera de pasar el tiempo en una de las peluquerías al aire libre



Cruce de barcas en el barrio de Belén



Navegando entre las casas flotantes



donde la vida de desarrolla en el río



Más postales belenianas



Y aquí, un ejemplo de las casas sobre pilotes



Con los retretes en casetas sobre el río



En la humilde casa de nuestro guía



En algunas zonas no llega el camión de la basura



Más arriba, venden este mono fraile por el equivalente a 20 euros 



Siete Veces Sin Sacarla, eso promete este brebaje



Para comer, qué mejor que pescado amazónico a la parrilla



¿Qué tal un paquete de cigarros liados a mano?



El mercado se va acabando y llegan cientos de cuervos a por las sobras



una escena digna de Hitchcock



La hermosa vista del Amazonas desde el malecón de Iquitos



En el museo nos encontramos con decenas de estatuas de indígenas en tamaño natural



Se riza el cielo sobre el ex Hotel Palace



y luego todo se vuelve naranja



En el mariposario nos enseñan la postura de defensa de la mariposa buho



Y un oso hormiguero corretea libremente ante nuestros pies



El gato salvaje está triste entre rejas



Así reclama cariños el mono inglés



Y en el lago, acechan nuestros "queridos" lagartos



Con Chrisi y Tobias caminando por el apacible pueblo Padre Cocha antes de tomar la barca de vuelta a Iquitos



Al día siguiente damos de comer a dos inofensivos manatíes



Y en el parque y zoo de Quistococha observamos la agilidad de los monos araña



un jaguar retozándose



iguanas descansando



y un perezoso al que le cuesta muchísimo moverse e incluso abrir los ojos



Otra especie que se encontraba por allí



¿Y qué hacían estas tortugas en fila? Parece que jueguen a arrancar cebollas



Una bonita laguna en el parque



Conversando cara a cara con un guacamayo



Y a la vuelta, nos lleva a Iquitos un camionero junto a su primo policía y las dos hijas del último



Al amanecer, partimos hacia Leticia (Colombia)

 ¡Hasta la vista querido Perú!