De Cuzco nos fuimos para Arequipa, una ciudad colonial
presidida por el volcán Misti que se distingue por su arquitectura de piedra
blanca, “el sillar”, una piedra muy porosa y moldeable que da forma a cantidad
de fachadas ornamentadas, tanto de iglesias y conventos como de casas
señoriales.
La atracción más notable de Arequipa es el Convento de
Santa Catalina, un pueblo amurallado dentro de la propia ciudad, donde las
monjas, hijas de familias pudientes, vivían su vida de clausura. Antes de una
reforma que impuso que todas las monjas debían dormir y trabajar juntas,
algunas incluso tenían sus propias casas y sirvientas dentro del complejo. Las
calles del Convento, pintadas de rojo, blanco o azul, tienen nombres de ciudades
españolas: Córdoba, Sevilla, Toledo… En resumen, la entrada es muy cara pero
vale la pena adentrarse en esta ciudad paralela, donde hoy sólo quedan unas 30
monjas, que por supuesto no vimos. Siguiendo con el tema religioso, también
visitamos la biblioteca de los monjes dominicos en Recoleta, donde se encuentra
un larguísimo pergamino hecho en México, que recoge toda la historia de la
humanidad. Este mismo tesoro, del que por lo visto hay tres copias, también lo
vimos expuesto en la Casa de la Moneda de Potosí. Rencontrarnos con esta fabulosa
obra y poder husmear entre libros antiguos de incalculable valor fue muy
gratificante.
Desde Arequipa nos fuimos hacia el Cañón del Colca, famoso
porque dicen que es el segundo más profundo del mundo, después del Cotahuasi,
al lado pero curiosamente menos conocido. En el viaje hacia allí, Xavi tuvo un
pequeño accidente al saltar de un autobús en marcha. Sí, estábamos ya sentados
en un bus cuando vino una pareja a reclamar su asiento. Resulta que habíamos
subido en el de las 17h y no en el de las 17.15. Cuando nos levantamos del
asiento el bus arrancó y empezamos a gritarle al conductor que parara, pero
éste estaba en una cabina aislada y no nos oía. Xavi aprovechó que abrían un
momento la puerta para dejar entrar a una chica y saltó del bus perdiendo el
equilibrio y cayendo de bruces al suelo. Pero ni con el tortazo el bus paró,
así que Xavi tuvo que salir corriendo detrás de él con las manos y las rodillas
ensangrentadas hasta conseguir pararlo y que Mariona pudiera bajar. Cuando
acabó el periplo vimos que toda la estación había asistido perpleja al heroico o
patético acto.
La zona del Cañón del Colca alberga varios pueblos
auténticos que viven de la agricultura. Como en casi toda la zona andina, las
tierras se trabajan a mano y con ayuda de mulas, y los sembrados se sitúan sin
problemas en las laderas de las montañas. Luego están los vestidos de colores
de las indígenas y los sombreros de formas imposibles. Cada pueblo tiene su
propio modelo, y todos ellos son homenajes a la imaginación.
En el Colca se encuentra también la Cruz del Cóndor, un
punto de avistamiento de estas enormes aves, al que se recomienda llegar de
madrugada para ver a los cóndores cuando éstos despiertan hambrientos y salen a
buscar comida. Con más moral que el alcoyano, tomamos un bus a las 4.00 de la
mañana desde Chivay (por cierto, en Chivay, si vay, ¡no comprey queso!, que no
vale na) para llegar los primeros a la Cruz a las 5.30. Los cóndores, durmiendo
tranquilamente, no salieron a recibirnos, y pasamos más frío que Carracuca hasta
que empezó a salir el sol. A eso de las 7 salieron tres cóndores que
sobrevolaron la zona y se volvieron a meter en sus nidos. Lo más increíble es
que a las 8.30, cuando empezaron a llegar todos los tours organizados con
cientos de turistas, los cóndores se compincharon para salir todos a la vez a
volar, hacer cabriolas, acercarse a la gente, como si fueran animales
amaestrados que buscasen los aplausos del público. Nos encantó el espectáculo,
pero nos fastidió que el madrugón no se hubiese visto recompensado con un show
privado para quitarnos el frío.
De allí nos fuimos hasta Cabanaconde para emprender la
famosa caminata de dos días por el Cañón, pero al pedir información en un
hostal nos recomendaron un tour alternativo al que hacen todas las agencias.
Esta vez, e hicimos bien, fuimos solos aunque nos propusieron tours tirados de
pecio, pues el cañón se puede recorrer tranquilamente sin necesidad de guías ni
grupos en los que vas a toque de pito.
Empezando el tour alternativo Mariona se empezó a cagar en
el amable chico que nos lo había explicado, pero luego comprendió que un Cañón
significa bajar y subir a lo bestia. La primera bajada, de varias horas y bajo
un sol de justicia, por un camino de piedritas pequeñas en las que resbalabas
cada tres pasos, fue de agonía. Después de bajar los 1.300 metros sin caernos
de culo, el camino se hizo más llevable, pero el agua empezó a escasear y
durante un buen rato nos sentimos como dos náufragos perdidos en el desierto.
Cuando vimos un poblado de tres habitantes perdido en medio de la nada y que una
mujer vendía agua, nos sentimos las personas más afortunadas del mundo. Resulta
que esa mujer, junto con su marido y su madre, viven allí de lo que cultivan
para autoconsumo y de lo que ganan vendiendo bebidas a los cuatro
excursionistas que pasan por allí cada día. Con ese dinero costean el estudio
de sus hijos en Arequipa. ¡Para flipar! Según ellos, vivir allí no está mal
porque “no hay mucho barullo”. Madre mía, también alucinamos cuando nos
contaron que acababan de limpiar el camino por el que habíamos bajado, no
queremos ni pensar cómo debía estar antes.
A 30 minutos de esta auténtica parada llegamos a Llahuar,
la hospedería en la que dormiríamos esa noche. Además de estar en un lugar
totalmente aislado, la recompensa al duro día fue genial: varias piscinas
termales al lado de un río, en plena naturaleza. Después de un fantástico bañito, cenamos y
dormimos como reyes.
Al día siguiente empezamos con una buena subidita,
amenizada con el monólogo de un hombre que iba a buscar cochinillas y que nos
acompañó durante un buen tiempo para recordarnos que Satán ya estaba llegando
al mundo, que la época de Dios se acababa y que incluso el Papa actual llevaba
la marca 666 debajo del gorro. Por lo visto toda esta basura se la habían
inculcado desde la iglesia “cristiana” (aquí llaman así a las iglesias evangélicas)
a la que acudía desde que le habían ayudado a dejar la bebida. La chapa que nos
metió fue surreal. A partir de ahí, ya solos y de bajada, la cosa fue mucho más
llevadera y a mediodía ya nos plantificamos en El Jardín del Edén, pues así se
llamaba el sitio donde pasamos la segunda noche en el Oasis de Sangalle. En
este lugar, cubierto de vegetación y flores, pasamos la tarde junto a una gran
piscina.
El tercer día venía el plato fuerte, la subida
ininterrumpida del Cañón para volver a Cabanaconde. Nos levantamos de madrugada
para hacerla sin sol, y aunque fue dura, la hicimos como unos campeones en dos
horas y media, pasito a pasito, y con la sonrisa en la cara. Con un buen
desayuno en el pueblo, nos despedimos del Cañón del Colca con la sensación de
haberlo disfrutado a nuestro aire.
La bonita Plaza de Armas de Arequipa
El patio de un convento, reconvertido en centro comercial
detalle del relieve en las columnas de sillar
Para comer en el mercado, ¿qué mejor que un renacuajo-casi-rana seco?
¿Qué tipo de papas quieres?
Cuidadín con el Jhonatan...
En Arequipa hay más taxis que personas
El azul reluce en uno de los patios del Convento de Santa Catalina
Vista de la ciudad y los cerros desde el tejado del Convento
Y al otro lado, el Misti
Uno de los hermosos rincones dentro de Santa Catalina
El arte que Xavi debe estudiar...
Uno de los claustros de Recoleta
El Misti en todo su esplendor
La ensalada sexy del Zig-Zag, una delicia
y otra exquisitez mucho más barata, los jugos en el mercado
A primera hora, en la Cruz del Cóndor, con un frío que pela
Juntos la cosa pasa mejor...
hasta que llegan los cóndores y empieza el espectáculo
Vienen en manadas
y algunos se posan a pocos metros para dejarse hacer la foto
En el bus local se aprecia la ropa y el sombrero de Cabanaconde
Las mujeres cosechan el trigo manualmente
Toca bajar el Colca
y Xavi aprovecha cualquier ocasión para recordar que está herido después de haber saltado de un bus
La recompensa al duro día es un baño en unas piscinas termales junto al río
Al día siguiente toca subir y bajar por el otro lado del Cañón
hasta llegar al llamado Oasis de Sangalle
En el Jardín del Edén nos espera una cabaña de cañas
y una piscina en un entorno muy especial
De vuelta a Arequipa toca trabajar, eso sí, con un pastel de zanahoria y un jugo de maracuyá del Capriccio que están para chuparse los dedos... ¡Así cualquiera!
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