Desde la Cordillera Blanca decidimos proseguir hacia el
norte para poder conocer una parte mucho menos visitada del Perú, pero no por
ello menos interesante. Llegamos a Trujillo, la ciudad peruana a la que le
dieron este nombre en honor a la ciudad natal de Pizarro, en Extremadura, y la
verdad es que nos encantó desde el primer momento. La ciudad está llena de
edificios de tipo colonial, pero como ha sufrido tantos terremotos, están todos
restaurados y pintados de vivos colores, con lo que la sensación de pasear por
el centro es muy agradable. La plaza de Armas, con su monumento a la Libertad
hecho en Alemania y sus parterres de geranios, también es diferente a las que
habíamos visto hasta ahora.
Al lado de Trujillo hay varias ruinas de primera
categoría. Nosotros visitamos la Huaca de la Luna, un templo religioso de ladrillos
de adobe que con cada cambio generacional se cubría completamente con otro
templo que sepultaba el anterior. De momento han descubierto ya cinco niveles o
templos, y las excavaciones siguen en marcha, pues en cada uno de los niveles
hay sacerdotes enterrados junto con todo su ajuar funerario, guerreros que se
sacrificaban voluntariamente después de hacer luchas cuerpo a cuerpo, y muros
polícromos con cantidad de dibujos que están ayudando a descifrar la cultura de
los mochicas.
Los mochicas o moches vivían en un gran pueblo de adobe
entre las huacas del Sol y de la Luna, enormes templos que reciben estos
nombres porque a los conquistadores les recordaron las pirámides del Sol y la
Luna de Teotihuacán, en México. Nada tienen que ver estas dos construcciones
con el culto a los astros. Es más, se cree que la Huaca del Sol fue un centro
administrativo, pero allí las excavaciones no han comenzado por falta de
presupuesto. Mientras ves a decenas de hombres trabajando en el transporte de
arena bajo el sol, resulta muy fuerte escuchar del guía que si a partir de 2016
no se encuentra financiación para seguir excavando en la Huaca de la Luna,
quizá decidan volver a cubrir el templo de tierra y así garantizar su
conservación.
Cerca de Trujillo, pero hacia el mar, están las ruinas de
Chan Chan, posteriores a las de los mochicas. Chan Chan fue una extensísima
ciudad de adobe con decenas de palacios en su interior. Visitamos uno de los
palacios, que es lo que se ha podido excavar y restaurar parcialmente, y la
impresión de entrar en un laberinto de adobe, con los muros en relieve y un
seguido de patios enormes que se suceden hasta llegar a un estanque de agua en
medio del desierto, es algo mágico. Estos estanques son una demostración de
cómo estas culturas consiguieron elevar el nivel subterráneo del agua
trabajando intensivamente en los cultivos en las sierras cercanas. Lo más
curioso es que una vez se moría el señor del palacio, éste se enterraba junto a
la gente más importante para él (mujer, concubinas, guerreros, sacerdote, etc.)
y el hijo o heredero debía abandonar el palacio para iniciar su casa en un
nuevo lugar.
Desde Trujillo, donde por cierto conocimos a un brasileño
y a una pareja de extremeños muy majos con los que, además de la excursión a
las ruinas, compartimos una cena y unos pisco-sours, nos fuimos para el norte,
a Chiclayo. Allí nos esperaba uno de los museos mejor montados que hemos visto
nunca: el del Señor de Sipán. Por la zona encontraron las tumbas de al menos
dos gobernantes mochicas, que fueron enterrados junto con valiosísimas piezas
de oro, plata, cobre y conchas marinas. Una auténtica maravilla ver estas obras
de arte realizadas por orfebres y artesanos de la época. Y el museo está tan
bien montado que recorrerlo es un auténtico placer. Lamentablemente no permiten
tirar fotos y no os podemos mostrar las maravillas que vimos.
Y ya, para acabar el tour de ruinas preincaicas, nos
dirigimos hasta Chachapoyas, a una noche en bus de Chiclayo. Aquí dicen que se
encuentra la tercera catarata más larga del mundo, pero nosotros nos centramos
en las ruinas de Kuélap, de la cultura Chachapoyas. Esa gente construyó en lo
alto de un cerro una ciudad inexpugnable de casas redondas de piedra, para lo
que se cree que utilizaron más material que en la pirámide de Keops, pues para
nivelar el suelo construyeron una base de unos 15 metros totalmente rellena de
piedras. El lugar elegido y las vistas son espectaculares. Lo triste es que
aunque realmente la ciudad era inexpugnable, ya que estaba elevada y sólo tenía
tres angostas entradas, los incas la cercaron y los chachapoyas tuvieron que
rendirse cuando se quedaron sin alimentos. Con los españoles no hubo luchas,
pues los chachapoyas pensaron que les habían venido a ayudar contra los incas y
se aliaron a ellos. Pero aun así, la crueldad de los conquistadores volvió a
manifestarse cuando el virrey del Perú Francisco de Toledo decidió quemarla en 1573
porque la gran mayoría de chachapoyas no se convertía al cristianismo. Aunque
el interior está bastante deteriorado, los miles de árboles y bromelias que han
crecido con el paso de los años embellecen el conjunto.
Y ahora, de Chachapoyas a Tarapoto, de Tarapoto a
Yurimaguas y de allí, en barco, a Iquitos. ¡La selva amazónica nos espera!
La Plaza de Armas de Trujillo
y unas de sus pintorescas esquinas coloniales
La amarilla Catedral reconstruida infinidad de veces
El supuesto altar de los sacrificios de la Huaca de la Luna
y las paredes polícromas que fueron cubiertas por los nuevos templos
detalle que representa a la deidad principal
la fachada principal con todos los frisos al descubierto
con sus magníficos dibujos en relieve
Los perros sin pelo típicos de la zona
La Huaca del Arcoiris con bonitos relieves en forma de serpiente
Llegamos a Chan Chan, la ciudad de adobe
El palacio tenía cientos de estancias con paredes en forma de malla que representaban las redes de pescar y demuestran su vinculación con el mar
Al fondo del palacio se sitúa un gran estanque que servía de espejo para observar las estrellas
Desde aquí se dirigía el máximo dirigente a la población
Después de las ruinas, paseamos un rato en la playa de Huanchaco, paraíso de surfistas
desde allí vemos una hermosa puesta de sol
En Trujillo, nos adentramos en el Club de la alta sociedad en el Palacio de Iturregui
Los salones, aunque desfasados, muestran el esplendor de antaño
Para no ser menos, Xavi tuvo que apañarse una corbata
Un gran descubrimiento fue el Café Museo del Museo del Juguete, ideado por el pintor Gerardo Chávez y llevado por su hermano
Una petición difícil de cumplir...
Vistas desde las ruinas de Kuélap
Aquí sus imponentes muros exteriores
Algunos de los relieves que se han conservado en el interior
y la reconstrucción de una de las 600 casas circulares que contenía la ciudad
Una de las tres entradas cuyos angostos muros dificultaban el paso de los enemigos
Curioso el pliegue producido por la fuerza de las placas tectónicas
El supuesto templo principal de las ruinas (aunque todavía se discute si pudo ser un almacén o una prisión)
Salimos por una de las entradas, en las que se ve la altura de la base de la ciudad entera
Y aquí ya, desde fuera, ¡nos despedimos de tanta ruina y nos vamos para la selva!
No hay comentarios:
Publicar un comentario