15 de abril de 2012

Chiloé, la isla mágica en la que el tiempo se detuvo

Colinas de prados verdes con mechones de bosque, lluvia, niebla, mareas, bahías y pequeños pueblos de casas de madera. Estos elementos, mezclados para conformar miles de paisajes y rincones, componen Chiloé, un archipiélago mágico donde parece que el tiempo se haya detenido.

Los barcos varados y torcidos en la arena por la bajada de las mareas son la metáfora idónea para el ambiente de Chiloé en Semana Santa, pues la quietud y la inactividad en la calle han sido totales. No había a quién decirle adiós. Pero nosotros lo hemos disfrutado igual o más, yendo a buscar a mujeres a su casa para que nos abrieran las iglesias; abordando a una majísima pareja de argentinos, Emilio y Leticia, para que nos llevaran en coche hasta el siguiente pueblo y acabar compartiendo con ellos un montón de intereses y paisajes durante todo el día; o paseando por bosques húmedos de tepúes enmarañados, donde grandes telarañas brillaban a trasluz entre el tupido verde.
Lo que algunos comparan con Galicia (nosotros no podemos pues no la conocemos) también se caracteriza por una mitología propia, en la que el monstruoso Trauco desflora a las vírgenes irremediablemente atraídas por él, en la que un barco iluminado y repleto de fantasmas como El Caleuche surca los mares por la noche, y en la que abundan brujas violadoras y con aliento fétido como La Fiura o La Condena.
Mitología y religión se relacionan en Chiloé, famosa por sus iglesias hechas íntegramente de madera, lo cual sorprende en unos parajes en donde no deja de llover. Más de una decena de iglesias han sido declaradas Patrimonio Nacional por la Unesco, y no es de extrañar, pues son bellísimas. La que más nos ha sorprendido es la de Achao, con un interior de madera pintada de blanco y azul que es una auténtica delicia.
También son notables los palafitos de Castro, casas sobre el agua sostenidas por pilotis de madera de alerce, que resiste más de 50 años sin pudrirse. Y la minga, una costumbre antiquísima que reúne a la comunidad para cambiar una casa de lugar, arrastrándola con bueyes de un sitio a otro e incluso llevándola hasta la costa para luego desplazarla flotando sobre el agua. El complicado proceso requiere de la participación solidaria de mucha gente, que a cambio de su trabajo será compensada con una buena comida para reponer fuerzas, el curanto. Nunca con dinero.
El curanto es el más conocido de los platos chilotas y para las grandes ocasiones, como la minga, se cocina en un hoyo bajo tierra. En él se mezcla chorizo, panceta, pollo, papas, pan con grasa y muchos choros (mejillones) y almejas que dejan su jugo sobre la carne. Nosotros lo probamos en el restaurante Don Octavio de Castro, y aunque no estaba hecho al hoyo, nos chupamos los dedos.
¿Y qué decir de los chilotes? Pues que son gente de campo y de mar, sencilla, humilde, amable y un poco tímida al principio. Con las respuestas indefinidas de algunas personas no hemos llegado a mucha conclusión: “¿Qué nos recomienda, ir a Chonchi, Quemchi, Achao, Quinchao…?” “No seeeee, depende po, todo está bien…. ya vean ustedes no más”. En cambio, otros se han abierto del todo para contarnos su visión de la historia chilena, del exterminio de los indígenas y sus ideas políticas.
Por último destacar que en Quemchi se encuentra la casa-museo del escritor Francisco de Coloane, un chilote de origen muy humilde que tuvo que trabajar desde niño en haciendas y buques pesqueros. Estas vivencias propias las plasmó en decenas de libros sobre la Patagonia y la Antártida que le han hecho alcanzar fama mundial. Con títulos tan atractivos para nosotros como El guanaco blanco, El Golfo de Penas, El Camino de la ballena o Francisco Coloane en viaje, tendremos que leerlo para ver si nos ayuda a descifrar algo más de estas tierras mágicas y místicas.

Los barcos varados, metáfora de la quietud de Chiloé en Semana Santa



Los famosos palafitos de Castro



La casa azul (revestida de madera de alerce, como todas)



Una casa roja parecida a la Villa Kunterbunt



La iglesia de Achao, de madera pintada de azul



Iglesia en Quimchao



En esta barca seguro que no me mareo



Curanto power, después de 100 mejillones y almejas, todavía queda "teca"



Una marisma en el Parque Nacional de Cucao



Cariño, he encogido a los niños...



La península en la que no nos atrevimos a entrar porque había "algo" allí dentro



Vista desde el mirador (un palomar junto a la carretera) de Achao a Quinchao


¡Qué preciosidad!



¿Zona de bomba?



Una especie de Portlligat, pero es Quinchao desde la casa-museo de Coloane



Salimos de la isla en ferry y un delfín sale a despedirnos... ¿o será otra criatura camuflada?


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