En principio no teníamos la idea de pasar por Cali, pero
conocer a Eduardo y Marcela en Puerto Nariño nos animó a viajar hasta la
capital de la Salsa. El desvío de nuestra ruta inicial se vio recompensado con
creces: gente alegre que nos acogió de maravilla, un barrio en el que nos
sentimos como en casa y la cercanía de la Costa Pacífica, por la que también
daríamos un paseo no exento de emociones.
El brusco cambio de temperatura del frío de Bogotá al calor caleño no contribuyó demasiado a
nuestras ansias de turismo feroz, así que los días en Cali los pasamos
sobretodo alrededor de nuestro barrio, San Antonio, un pueblo dentro de la
ciudad. Cuesta para arriba, cuesta para abajo, con paso tranquilo nos dedicamos
a conocer sus cafés, a escuchar conciertos en directo y a dar vueltas por el
cerro y el mercadillo de pulgas dominguero. Allí conocimos a una señora excepcional, Helda, quien nos enseñó su casa
y luego nos invitó a unos champús (bebida a base de maíz, frutas y canela)
preparados por una amiga suya en la plaza, donde se originó una tertulia de lo más
divertida entre las señoras, un chico historiador, las vendedoras de los
puestos cercanos y nosotros dos.
Con Eduardo y Marcela probamos uno de los platos estrella
de la gastronomía caleña: la fritanga, compuesta por chicharrones, chorizo, pulmón
y el famoso chunchullo o tripa, y por tanto no apta para maniáticos. Para
beber, no podía faltar el delicioso y refrescante jugo de lulo, una fruta que
sólo hemos probado aquí en Colombia. Después de la cena nos llevaron a conocer
Cali en coche, lo que les agradecemos pues vimos un montón de sitios que de
otro modo no hubiésemos tenido tiempo de visitar, como el famoso Gato de Tejada
o la Villa Olímpica, donde se celebraron los Juegos Panamericanos en el 71.
Otra persona más que destacable en nuestra visita a Cali ha
sido Paola, la propietaria del hostal La Casa-Café, quien nos acogió como si
fuéramos amigos suyos y con quien hemos compartido muchas charlas, un copioso
desayuno cortesía de la casa e incluso
una salida nocturna. En seguida nos propuso que fuésemos con ella y sus amigos
a bailar salsa al Tin Tin Deo, un conocido local de salsa donde el ambiente es
muy bueno. Así lo hicimos y la verdad es que pasamos una noche divertidísima
con un grupo de gente que nos acogió calurosamente para mostrarnos el ambiente
de la salsa caleña. Entre chupito y chupito de ron nos iban sacando a bailar y
así se nos fueron soltando las caderas mientras flipábamos con el baile de la
gente: muy suave, muy sensual, nada de salsa de mil vueltas que parece de
concurso olímpico.
Así que con todo lo vivido entendemos por qué hay mucha
gente que llega a Cali por un par de días y se acaba pasando aquí semanas:
buena gente amistosa y generosa, calorcito, buena música… Para nosotros Cali ya
es sinónimo de hospitalidad y amistad, y la recomendaremos a quien se nos cruce
por el camino.
Cali, entre tradición y modernidad
El parque Bolívar, con cientos de palmeras
La iglesia, a rebosar entre semana a mediodía
Una calle con miles de números de lotería
Al rico juguito de guayaba
En el centro cultural Lugar a Dudas, repasando el Atlas de Perú de Fernando Bryce y la obra Dibujando América de los amigos Raimond Chaves y Gilda Mantilla
Con Eduardo y Marcela probando la famosa fritanga, un monumento al colesterol
El Gato del Tejada, uno de los símbolos de Cali
En San Antonio, como pez en el agua
con Helda y nuestros nuevos amigos, disfrutando de un champús en la plaza
Esas melenas hay que cortarlas ¡pero ya!
desde Cali con amor
Las vistas desde la Loma de la Cruz
La tiendita tradicional para comprar cervecitas
y beberlas luego al fresco en la calle
Aquí, probando un Macondo, con café, maracuyá y tantas cosas más que la bebida era espesa a más no poder
concierto de jazz tropical con una percusión alucinante
En el Tin Tin Deo con nuestros amigos caleños
Con Paola y las chicas, la marcha sigue a la puerta del local
Amanece un nuevo día en la Casa-Café
y un desayuno fantástico para recobrar fuerzas después de la fiesta ¡Gracias Paola!
Que delicia mi ciudad y que delicia saber que les gustó, les quedo faltando el río Pance con su pueblito, visitar el 18 y tomar agua de panela con queso, en fin, los invito a dar otro paseito mas largo.
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