Gracias a Nube, nuestra querida amiga bogotana, hemos conocido lo mejor de la capital de Colombia, una ciudad cuya intensa vida cultural nos ha sorprendido mucho y nos ha recordado en cierto modo a Buenos Aires.
En La Candelaria, el barrio histórico de la ciudad, se suceden centros culturales, librerías, museos, teatros, bibliotecas y bonitos cafés. Tanto es así, que no son pocos los viajeros que se quedan a vivir aquí, en un país de gente amable y en una ciudad que bien podrá convertirse en un paraíso para los extranjeros como Barcelona.
Si a eso le añadimos los mercadillos de viejo, la creatividad de la gente para hacer hermosas artesanías, las zonas agradables con tiendecitas monas, bares y cafés-librerías como La Macarena o Usaquén, o los barrios más pijos del norte como la Zona Rosa, se entiende que a Bogotá venga cada vez más gente, a visitarla y también a quedarse.
Pero Bogotá también tiene sus contras. El primero y principal es la inseguridad en algunas zonas, que más vale no pisar. En el centro también se ve demasiada miseria, con cantidad de personas pidiendo por la calle, muchas de ellas en evidente estado de embriaguez o bajo los efectos de las drogas. En pocos días hemos asistido a unas cuantas discusiones violentas entre gente de la calle, lo que no habíamos visto hasta ahora en ningún sitio. Nubia nos contó que incluso se había destapado que en Bogotá hay mafias que se aprovechaban de la mendicidad.
A parte, hay infinidad de gente que se dedica a la venta ambulante de todo tipo de cachivaches, desde Barbies en bicicleta a caramelos, pasando por libros de segunda mano y peluches. En algunas calles del centro, entre el comercio formal y el informal, hay horas en que no cabe un alfiler y hay que andarse con cuatro ojos. Al final hay que saber dónde ir y dónde no y estar al tanto, pero lo cierto es que la gente no va precisamente relajada por la ciudad. Las mujeres se aferran al bolso con fuerza y cuando preguntas algo a alguien la persona instintivamente se aparta dando un respingo hasta que ve que no vas con malas intenciones y te responde con la máxima cordialidad y educación.
El segundo contra es el tráfico. A pesar de que el Transmilenio (un sistema de buses que van por carriles exclusivos y que por tanto funciona casi como un metro) y el sistema de matrículas alternas (que aquí se llama “pico y placa”) han ayudado mucho, los 8 millones de personas que viven en Bogotá se pasan horas y horas en coches o buses. Y es que las distancias son tremendas. Por poner un ejemplo, para tomar un bus hasta Zipaquirá tuvimos que ir previamente de la calle 9 (la nuestra) a la 170, así que imaginaos…
El tercer pero es el tiempo. En Bogotá las cuatro estaciones del año se suceden en el mismo día, así que además de ir vestido como una cebolla, el paraguas no se puede quedar en casa. En cada uno de los días que pasamos en la ciudad llovió, hizo frío, salió el sol y se nubló. Pero como la ciudad es alta, lo más normal es que durante el día haga un agradable fresco y por la noche directamente haga frío.
Por lo demás, todo inmejorable. Es un placer conocer una ciudad de la mano de una buena amiga autóctona. Así, visitamos el centro y conocimos cómo la independencia de Colombia se originó a partir de la rotura de un jarrón, admiramos las maravillas del que probablemente es el mejor Museo del Oro del mundo, rebuscamos entre antigüedades y CDs piratas en mercadillos, comimos exquisiteces bogotanas como el ajiaco (una sopa de patatas deshechas con pollo, crema de leche y alcaparras) o el chocolate santafereño (tazón de chocolate caliente donde se remoja un trozo de queso) y subimos hasta el cerro de Montserrate, donde además de tener las mejores vistas sobre la ciudad, hay una capilla con una Moreneta y una senyera catalana que nos sorprendió mucho encontrar.
Además de lo que vimos, Nubia nos regaló con muchas historias sobre personajes colombianos, como Policarpa Salavarrieta, que a sus veintipocos años fue fusilada por su actividad política a favor de la independencia de Colombia, cuando pronunció ante el pueblo: “Ved que, aunque mujer y joven, me sobra valor para sufrir la muerte y mil muertes más”. Hoy su retrato está en el billete de 10.000 pesos. También nos habló de bogotanos pintorescos como El Bobo del Tranvía, que en su locura se pensaba que dirigía el tráfico de tranvías de la ciudad; La Loca Margarita, una seguidora radical del Partido Liberal que a principios de siglo iba descalza por la ciudad e insultaba a los políticos conservadores mientras en su casa daba cobijo a todo el que lo necesitara; o Goyeneche, un visionario que se hizo famoso gracias a sus originales propuestas y se presentó varias veces a presidente de La República con el apoyo de numerosos estudiantes de la Universidad de Bogotá, quienes lo secundaban.
Desde luego que Bogotá tiene mucha historia y mucha gente con ganas de cambiar las cosas. Sin ir más lejos, cuando estuvimos estaban recogiendo firmas para revocar el Congreso, órgano al que parte del pueblo considera un inmenso “nido de ratas”. Esperemos que esta energía que percibimos continúe creciendo para hacer de esta ciudad un lugar agradable y seguro en el que la gente pueda vivir en paz.
Probando nuestro primer ajiaco, una delicia
En la Plaza Simón Bolívar, frente a la catedral
Tiempo de relax en uno de los maravillosos cafés de La Candelaria
La gente joven fluye por la calle de la chicha
Es viernes por la tarde y los universitarios copan las plazas de la ciudad
Un poema de Gonzalo Arango en la Casa de la Poesía Silva
Anochece en el barrio de La Magdalena
Vista de Bogotá desde la Puerta de nuestro hostal
En el Museo del Oro encontramos creaciones de decenas de culturas
La famosa Balsa Muisca, que hace creer que la leyenda de El Dorado pueda ser cierta
Una exposición sobre etnias indígenas actuales y sus pinturas corporales, muy interesante
Subimos hasta Montserrate en teleférico
A esta iglesia suben cada domingo centenares de peregrinos
desde allí se ve la enorme extensión de Bogotá
¡y encontramos una senyera y una Moreneta en plena Colombia!
Detrás de Monserrate se suceden las montañas
Pero nosotros bajamos a la city para volver a ver el cerro desde abajo
El domingo por la mañana nos vamos a recorrer los mercadillos
donde Xavi encontrará su sombrero ideal
En algún puesto de CD hay desde lecturas de Cortázar a marchas nazis, ¡increíble mix!
No faltan los objetos de colección, pero pesan demasiado para nosotros
Comemos en Crepes & Waffles, ¡todo un descubrimiento!
En el mercadillo de Usaquén la artesanía llega a su máxima expresión con estas cajitas dedicadas a escritores o pintores
Se hace de noche y la luz azul cae sobre La Candelaria
Salimos por la mañana para recorrer por última vez la ciudad
Y Mariona decide cortarse el pelo en La Peluquería, recomendada por Nubia
La peluquería está en un centro cultural muy bonito, pero llegamos en un momento de poca actividad
Antes de despedirnos de la ciudad, volvemos a admirar las chaquiras de los indígenas Embera Chami, desplazados por la violencia a Bogotá
Arriba Mariona i Xavi!!
ResponderEliminarExperiencia surreal: los acabo de ver en el noticiero del mediodía, entrevistados viajeros en Salento. Per favooor! jajaja. Un abrazo a los dos.
Nadia
Qué fuerte Nadia!
ResponderEliminarQué casualidad que en ese preciso instante nos pudieras ver! El mundo es un pañuelo! Nosotros ni nos hemos visto ni creo que nos veamos nunca. Va por ti pues!
Un besazo enorme!