Para lugares auténticos y aventuras inesperadas, nada más recomendable que la Costa Pacífica colombiana. De Cali a Buenaventura hay tres horas de bus, por un camino de curvas que te deja con un buen mareo y que te traslada a otra realidad: la de la cultura afro-colombiana.
Buenaventura es una ciudad portuaria donde lo único que conocimos fueron los alrededores del puerto, desde donde debíamos tomar una lancha rápida hasta Juanchaco, pero como ya había pasado la última decidimos ir hasta un lugar con menos glamour a medio camino entre Buenaventura y Juanchaco, La Bocana.
El mar no estaba demasiado picado, pero los simpáticos tripulantes que nos llevaron hasta La Bocana aprovecharon que éramos pocos los pasajeros para hacer carreras entre lanchas, y la verdad es que la experiencia fue entre surreal y de infarto. De tanto acelerón, la barcaza parecía que fuera a desintegrarse. En La Bocana nos esperaba un pueblo sin asfaltar a la orilla del mar, donde nosotros éramos los únicos blancos además de los que estaban en un hotelazo con piscina totalmente aislado de la realidad del municipio. Para quedarnos una tarde estuvo bien ir hasta allí, pero la verdad es que a la playa llegaba demasiada porquería desde Buenaventura y alrededores, y a parte de sentarte en la calle principal con una cerveza y ver pasar a la gente o hablar con los niños no había mucho más que hacer.
Por la mañana tomamos la primera lancha del día hasta Juanchaco, otra aventura, sobretodo para Mariona que se sentó en la primera fila y que flipó más con las subidas y bajadas y los golpes contra las olas que en el Dragon Khan. Cualquiera que se haya montado alguna vez en estas lanchas sabe que hay que evitar las primeras filas, y así los pobres principiantes sufren las consecuencias de un viaje a prueba de culo y riñones. Todavía no sabemos cómo tuvimos la moral para, nada más llegar, ir a ver ballenas en el mismo bote, pero hicimos bien pues tuvimos la suerte de ver a una madre y una cría a pocos metros de nosotros, y así nos quitamos la espinita de Puerto Madryn en Argentina, donde justo fuimos en la época donde no había ni una. La verdad es que ver asomarse el lomo de estos enormes mamíferos, o ver cómo una cría está aprendiendo a nadar moviendo la cola de arriba a bajo es algo maravilloso.
Desde Juanchaco nos fuimos caminando a Ladrilleros, un pueblo más turístico donde hay unas playas preciosas bajo unos acantilados imponentes, y de allí todavía nos fuimos paseando a La Barra, una última playa salvaje tomada por miles de cangrejos y rodeada de naturaleza, con unas pocas cabañas donde uno se puede quedar a dormir. Nosotros decidimos volver a Ladrilleros para estar más cerca del muelle al día siguiente, pero si llegamos a saber la bulla del bareto de al lado de donde dormimos, nos hubiésemos quedado gustosamente aislados del mundanal ruido. La música, muy mala, estuvo atronando toda la noche para cuatro borrachos que debía haber en el local, y a las siete de la mañana, cuando fuimos hasta el muelle, seguía sonando a todo volumen. Realmente ese pueblo está fuera de toda ley o el bareto lo regenta un matón al que nadie se atreve a decir ni mu, pues si no es inexplicable que alguno de los propietarios de las decenas de alojamientos que había por allí no hubiese destrozado a machetazos los altavoces del local.
La vuelta a tierra firme esta vez fue con la mar bien picadita, pero como íbamos detrás no sufrimos tanto sus embestidas y nos dedicamos a admirar el salvaje paisaje costero y a ver cómo padecían los de delante y se giraban para, con la mirada, pedir clemencia al capitán, pero el César no demostró compasión y siguió pisando el acelerador.
De Buenaventura, en vez de volver directamente a Cali, decidimos emprender otra aventura Pacífica e ir hasta San Cipriano, otro pueblo afro, esta vez dentro de la selva, al que sólo se accede mediante “las brujitas”, unas tablas de madera empujadas por motos que van por una antigua y única vía de tren.
La gracia del asunto, además de cogerse fuerte para no salir volando con la velocidad, consiste en no chocarse con una brujita que venga de cara. Y luego, cuando te encuentras frente a frente con otro vehículo, hay que mantenerse firme en una especie de guerra psicológica para ver quien ha de levantarse y apartar la brujita de los raíles. A la ida, que hicimos con un chico llamado “El Diablo” ya vimos que era él el que dominaba el cotarro, pues las cuatro o cinco brujitas que nos cruzamos se apartaron sin rechistar del camino para dejarnos paso.
Una vez en San Cipriano, entras en una especie de Parque Natural a lo largo de un río cristalino donde puedes bañarte en seis puntos diferentes. Fuimos en un día festivo y el sitio estaba atestado de familias que alquilaban neumáticos inflables gigantes para bajar así todo el río. Nosotros no lo pudimos hacer porque íbamos con las mochilas y no teníamos donde dejarlas, pero con un bañito relajado ya tuvimos bastante aventura para luego, por la tarde, volver a nuestro tranquilo barrio de San Antonio.
En lancha, volando hacia La Bocana
Ya más tranquilitos, desde el balcón del hostal
La playa al atardecer, ¡qué pena que llegue mucha basura!
Amanece en La Bocana después de una noche de lluvia tropical
Vistas desde el muelle...
mientras esperamos que nos pase a buscar la lancha para ir a Juanchaco
Los pescadores de la zona, con sus pequeñas barcas
Y una que mira al horizonte para ver si vienen a por nosotros
Pasamos por islas desiertas y salvajes
y a nuestro lado nadan las ballenas
Llegamos a Juanchaco y para celebrarlo nos pegamos un homenaje: el trío de la Yenny (piangua, pescado adobado y camarones en salsa de coco), un manjar de aúpa
el escuadrón de aves marinas sobrevuela la costa
y en el camino a Ladrilleros se suceden los acantilados
llegamos a la playa
esta sí está llena a rebosar
vistas desde encima del acantilado, donde tomamos unas frías cervecitas
media hora más allá está La Barra, natural y salvaje
alguna cabaña perdida hace sombra en la larga playa
troncos y cangrejos pueblan la playa desierta
algunos de ellos son enormes
y verlos a todos correteando de lado es todo un espectáculo
esa misma tarde decidimos volver a la civilización
y se pone el sol en Ladrilleros
a la mañana siguiente, volvemos a tomar la lancha
y vemos cómo la marea ha inundado parte del pueblo, como cada noche
con la mar picadita volvemos a Buenaventura
En San Cipriano, preparándonos para salir en la brujita de El Diablo
Unos pasan, los otros se apartan
el paisaje es maravilloso, la velocidad asusta
llegamos al río, donde por fin nos bañaremos
y con otra brujita volvemos a la realidad después de este paréntesis "pacífico"
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