23 de agosto de 2012

Tayrona, donde la selva y el mar se unen


Mucho nos habían hablado del Parque Tayrona, pero poco imaginábamos que nos fuera a impresionar tanto la increíble combinación de diferentes tipos de bosques, selva tropical y playas de arena blanca frente a un mar cristalino. El Tayrona es un parque natural simplemente espectacular, situado en la zona en la que la Sierra Nevada de Santa Marta llega hasta el mar. El viajero que llegue a Colombia no se lo debe perder bajo ningún concepto.

Desde Santa Marta tomamos una buseta que en 30 minutos nos dejó en una de las puertas del parque, El Zaino. Allí empieza un camino de hora y media entre un espeso bosque que lleva hasta la playa de Arrecifes, donde decidimos detenernos porque comenzó a caer el diluvio universal. En Arrecifes hay al menos cuatro campings, y nosotros nos decidimos por unas hamacas en uno llamado Paraíso. Cuando fuimos había bastante gente, pues era domingo, aunque normalmente la gente prefiere quedarse en otras playas con menos oleaje. Los carteles advierten de que son ya más de 200 las personas que han muerto por nadar en esa playa, así que ni se nos ocurrió intentarlo. Así, se hizo de noche y nos quedamos cenando y tomado cervezas con una simpática y agradable pareja francesa, Gaelle y Simon, hasta que llegó la hora de mecerse hasta el día siguiente.

Por la mañana nos levantamos a las seis y nos fuimos a pasear por la zona. Desde Arrecifes, siguiendo la costa hacia la derecha, recorrimos varias playas más hacia Cañaveral, para volver luego por un sendero interno. Allí empezamos a flipar. El suelo, bastante arenoso, estaba lleno de agujeros hechos por unos enormes cangrejos de cuerpo azul y patas amarillas que se iban escondiendo a nuestra llegada. Si te sentabas un rato y estabas en silencio, empezaban a salir poco a poco de sus escondites, aunque no del todo, pues cuando te veían se quedaban paralizados con medio cuerpo dentro y medio fuera. Por si el espectáculo fuera poco, tuvimos la inmensa suerte de ver también a unos monitos titi, pequeños y con pelo blanco alrededor de la cara, saltando de rama en rama sobre nuestras cabezas. Llegamos de nuevo a Arrecifes maravillados, y de allí, después de recoger las mochilas, seguimos andando por la costa hacia la izquierda hasta el punto más famoso del parque, Cabo San Juan.

El camino, pasando por una pequeña playa de arena blanca y aguas cristalinas donde por fin nos pudimos bañar, La Piscina, fue precioso, pero Cabo San Juan, con sus grandes rocas redondas en el mar y sus dos preciosas playas rodeadas de selva y palmeras, es sencillamente espectacular, una de las playas más bonitas que hayamos visto en la vida. Para disfrutar de las mejores vistas se pueden alquilar unas hamacas que están en lo alto del mirador, sobre una montañita de rocas, pero son pocas así que suponemos que habrá que hacerlo a primera hora. Son muchos los que quieren conocer y disfrutar de este lugar, así que el único camping que hay allí está lleno, el ambiente es de festival de música. Eso sí, para disfrutar de una tranquilidad total sólo hay que caminar cinco minutos por un sendero que empieza al final de la playa de la izquierda y así se llega a dos playas nudistas (atención, primeras playas nudistas que vemos en Sudamérica) que están desiertas, aunque el oleaje era más fuerte.

Por la noche nos volvimos a encontrar con nuestros amigos franceses y también con dos simpáticos israelís que habíamos conocido en Salento, Rom y Gad, con quienes compartimos charlas y un interesante intercambio cultural.

Poco imaginábamos la caminata impresionante que nos esperaba, cuando por la mañana emprendimos la marcha hacia Pueblito, en el interior del parque. Selva tropical en estado puro por un duro camino en subida, de piedras y enormes rocas con unas vistas realmente alucinantes. Desde luego que éste no es un camino para hacer con mochilas pesadas, pues hay que subir y subir y la verdad es que se sudan todas las toxinas posibles, pero vale tanto la pena que hay que intentarlo. Como dijo un español que encontramos, parecía que estuviéramos en la isla de Perdidos. Además vimos unos lagartos de colores chillones impresionantes y oímos a los monos aulladores, que más que aullar, rugen. Antes de saber que eran monos, el rugido reiterado de lo que creíamos una bestia feroz nos asustó tanto que nos cargamos de palos para defendernos.

Pueblito hoy es un conjunto de ruinas y terrazas de un antiguo pueblo de los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta. El pueblo está deshabitado y sirve como lugar religioso, pero en otras áreas del parque y de la sierra siguen viviendo comunidades indígenas. Los que vimos en Tayrona, los kogui, visten con una especie de túnica blanca y viven en chozas redondas hechas de madera. Practican la agricultura de subsistencia y crían pollos y gallinas para subsistir, pues viven en completa armonía con la naturaleza. De hecho, según su cosmogonía, todo daño hecho a la naturaleza se vuelve contra uno mismo. De qué paisajes se podría disfrutar en el mundo si toda la humanidad tuviera esta creencia. En fin…

Contentos como íbamos, después de ver lo que queda de las terrazas de Pueblito, no se nos ocurrió mejor idea que ir hasta Playa Brava, un lugar mucho menos visitado. La caminata hasta allí, de hora y media, nos dejó bastante cansados y extremadamente sudados, pero estuvo amenizada por el revuelo de decenas de langostas, que al abrir las alas parecían auténticas avionetas de alas rojas, y por la visión de varias arañas enormes e innumerables ciempiés gigantes. Por fin llegamos hasta el objetivo, donde los pocos elegidos que van hasta allí pueden quedarse en un camping muy destartalado de gente muy amable delante de esta larga playa de enormes olas. Después de comer tuvimos que recuperar fuerzas haciendo la siesta en las hamacas, pero por la tarde todavía nos animamos a andar hasta una cascada cercana donde nos pegamos el último baño refrescante del Tayrona. Casi se nos hace de noche, pero la excursión valió la pena, tanto por el baño como por los monos y aves que vimos por el camino.

Amanecimos pronto al día siguiente para emprender el camino hacia la salida del parque, pues aunque nos habían asegurado que eran dos horas y media de caminata, hemos aprendido que al tiempo que te dicen hay que añadirle un tercio más como mínimo. Se nos hizo muy duro subir, durante casi dos horas,  por el calor y cansancio acumulados, una loma que no se acababa nunca, hasta el camino principal de Pueblito a la salida, desde donde caminamos una hora y media más hasta salir del parque por Calabazo.

En estos días en el Tayrona sudamos como nunca y acabamos agotados, pero también muy felices de haber pasado unos días en un parque natural variadísimo, donde es posible ver gran diversidad de animales viviendo en libertad y al mismo tiempo disfrutar de exóticas playas.


Una buseta tuneada nos lleva al Tayrona



Allí nos recibe el diluvio universal



El mar de Arrecifes embiste las rocas



totalmente redondeadas de tanta ola



Vista de la Playa de Arrecifes



en el sendero interior de Cañaveral a Arrecifes



uno de los monitos titi que salieron a saludarnos



y uno de los cangrejos que se escondían a nuestro paso



De Arrecifes a San Juan se suceden varias lagunas



donde habita una interesante fauna



llegamos a la primera playita apta para el baño ¡yuhuuu!



después de un bañito seguimos caminando, ahora entre palmeras



hasta reencontrarnos con nuestros amigos israelís Rom y Gad



Vista desde el mirador de Cabo San Juan a un lado



y al otro



El lugar es simplemente espectacular



pero antes de que anochezca caminamos hasta la playa de al lado, donde estamos solos



con amor desde el Tayrona, ¡qué bien se está!



Cabo San Juan amanece desierto



y los únicos habitantes son las palmeras



el sitio da para infinidad de fotos de postal



con esa selva que llega hasta el mar



pero nos vamos hacia Pueblito, en un camino lleno de "pequeñas" piedras



los colores de los lagartos son de lo más exóticos



y los supuestos ciempiés, gigantes



avanzamos a pesar del calor tremendo



la selva tropical es una maravilla



y el camino tiene momentos dignos de película de aventuras



Llegamos a las terrazas de Pueblito



Allí encontramos a nuestra lagartija preferida



por el camino a Playa Brava, hay cientos de arañas que más vale no topar



y también cientos de langostas voladoras que parecen sacadas de Avatar



Lavado de dientes en nuestro rústico camping de Playa Brava



bañito refrescante en la cascada



Mariona después de caerse de culo de la hamaca por haberse reído de Xavi, que instantes antes hacía la misma pirueta



Sale el sol en Playa Brava, pero toca irse



El camino es exuberante



 y encontramos ranas venenosas, que segregan una sustancia que puede llegar a ser mortal



una niña kogui en la salida del parque 


22 de agosto de 2012

Cartagena de Indias, reviviendo un pasado de conquistas y piratas


Cartagena de Indias es, sin duda, una de las ciudades más bonitas y mejor conservadas de Sudamérica. Aunque el calor de día puede llegar a ser sofocante, pasear por el gran centro histórico, donde se suceden miles de casas coloniales de colores con buganvillas y hermosas flores saliendo de patios y balcones, es un auténtico placer.

El centro es una verdadera joya que te traslada al pasado colonial. De día no hay mucha gente en las calles, y los vendedores ambulantes de frutas y zumos con sus gritos estridentes y el caminar pausado de la gente te recuerda que estás en pleno Caribe. De noche, cierran los comercios y pasear por la ciudad tiene una magia sin igual. En las plazas borbotean las fuentes y por todo el centro se oyen los cascos de los caballos que tirando de los carros pasean a los turistas. La gente se sienta en las terrazas de las tranquilas plazoletas o sobre la muralla para disfrutar del fresco y escuchar buena música. Nosotros nos aficionamos a ir a Donde Fidel, un mítico y pequeño local atestado de fotos donde ponen salsa clásica de la buena.

Para comprender mejor la historia de la ciudad visitamos el Museo Naval, donde se explica lo complicado que fue defender Cartagena, uno de los pues en tiempos coloniales de los continuos ataques de piratas financiados por Francia e Inglaterra, como los célebres Francis Drake o John Hawkins. Para ello se tuvieron que construir barreras submarinas, murallas alrededor de la ciudad y fuertes y castillos que defendieran la villa de los asaltos por tierra. Pero en Cartagena, y especialmente en el Castillo de San Felipe, se recuerda con orgullo la batalla de 1741, en la que con sólo 3.000 hombres se consiguió defender la ciudad del ataque más grande jamás preparado, el de Edward Vernon, con más de 23.000 hombres y 180 naves implicadas. Por desgracia, en los siglos siguientes la ciudad se deterioró muchísimo y vivió una decadencia tremenda.

De hecho, quitando la parte histórica y una especie de lengua larga rodeada de mar que se llama Bocagrande, donde están los grandes hoteles y las playas (aunque éstas no valen mucho la pena), el resto de Cartagena está en un estado lamentable, con muchas calles sin asfaltar y con unas condiciones de movilidad penosas. Cuando llegas a la terminal de buses y te montas en una buseta para ir hasta el centro, con tanto bache y tanta miseria no te puedes creer que hayas llegado a una de las ciudades más carismáticas de América. Si encima te toca viajar con un predicador que te mete una chapa de una hora sobre Cristo y Satanás, la cosa se vuelve difícil de soportar. Pero dentro de las murallas discurre una realidad totalmente distinta e inmensamente placentera.

En los alrededores de la ciudad también visitamos Playa Blanca, en la isla de Barú, una playa caribeña en la que nos quedamos a dormir una noche, literalmente sobre la arena, en una hamaca con mosquitera. Fue una experiencia inmejorable, aunque cometimos el error garrafal de ir en un barco turístico y lento, el Alcatraz, que además de dejarte en Playa Blanca te llevaba a ver las Islas del Rosario. El viaje de ida, bajo un sol de justicia, fue dantesco, con numerosos niños mareados y vomitando sus respectivos desayunos. En las Islas del Rosario paramos una hora para que quien quisiera pudiese ver un show de delfines y tiburones, mientras el resto de gente, centenares de personas, nos bañábamos en la única playa de la isla, de unos diez metros de amplitud. Pocas veces nos hemos sentid tan borregos. 

Menos mal que en Playa Blanca dejamos la pesadilla del barco y pudimos pasar una tarde la mar de relajada, bañándonos en un mar cristalino y calentito, viendo la puesta de sol, cenando pescadito a la luz de las velas y durmiendo al aire libre en las hamacas. Al día siguiente, con la playa casi desierta, nos dedicamos al buceo y pudimos ver muchos peces de colores. Así estuvimos la mar de bien hasta que al mediodía llegaron los barcos y cayó un buen chaparrón. Contentos y relajados volvimos a Cartagena, donde esa noche asistimos a la mayor tormenta eléctrica que hayamos presenciado en nuestras vidas, un espectáculo de luz y relámpagos en el que el cielo parecía que fuera a partirse de un momento a otro,  y que nos volvió a convencer de que no hay nada más grande que la naturaleza.


Cartagena tiene un toque decadente que nos encanta



aunque muchas casas y monumentos están perfectamente restaurados



Lo nuevo y lo viejo, cara a cara



A mediodía probablemente diluvie



pero sin duda este casco antiguo tiene algo mágico y único



Casas de colores, plantas y buganvillas que caen de todos los balcones



y desde la zona amurallada se ven los rascacielos de Bocagrande



pero nosotros preferimos centrarnos en lo viejo



donde hasta algunos coches hacen juego con el ambiente



hay cientos de calles por recorrer



por la noche, la salsa más emocionante se escucha Donde Fidel



y por la calle, silencio, luces y paseos en coche de caballos



visitamos el mítico Castillo de San Felipe



Cartagena, una joya caribeña que muchos abordaron desde el mar



Viva el turismo de masas, nos vamos hacia las Islas del Rosario y Playa Blanca



Bocagrande, el NY del Caribe colombiano



Algunas de las 27 islas del Rosario, que se visitan fugazmente desde el barco



y el mar cristalino, una pasada



a la rica caracola



y a la rica langosta



Playa Blanca, masificada tras la llegada de barcos y lanchas



Las simpáticas pero pesadas masajistas de playa



Cuando se va la gente, empiezan las escenas interesantes



y la puesta de sol


de postal



sin necesidad de photoshop



hace volar nuestra imaginación



y la de cualquiera que ande por allí



vista desde la hamaca, a primera línea



por la mañana, antes de la llegada de los invasores, la playa está desierta



bueno, algún que otro local ya mira de vender ensalada de frutas o gafas para bucear



a eso nos dedicaremos en las horas siguientes



ya de vuelta a Cartagena, alucinamos con la iluminación nocturna de una tormenta eléctrica