30 de junio de 2012

Cuzco y el Valle Sagrado, una inmersión en la fascinante cultura inca


Por fin hemos conocido las maravillas de Cuzco, la ciudad en forma de puma que fue la capital del Imperio Inca, un inmenso territorio conectado por cientos de caminos que hasta la llegada de los conquistadores abarcó desde Ecuador hasta el norte de Chile. La visita a Cuzco y las ruinas del cercano Valle Sagrado nos han zambullido en esta fascinante cultura que adoraba al sol y gobernaba su Imperio con mano de hierro.
La verdad es que el trabajo de los incas, que supieron aprovechar todos los conocimientos de las culturas previas y dominadas, es más que impresionante. Los muros antisísmicos de enormes piedras irregulares que encajan a la perfección, la superficie lisa de muchas de las paredes de piedra de los templos, las ciudades y las terrazas de cultivo esculpidas en las laderas de las montañas, el sistema de canalización de las aguas que no dejaba que se formara un solo charco…

Es una verdadera pena que gran parte de sus obras hayan sido destruidas por los conquistadores. Esto es visible, por ejemplo, en el Coricancha de Cuzco. Sobre este “templo dorado” dedicado al sol, quizá el más importante del Imperio, los españoles construyeron el Convento de Santo Domingo. Y así, suma y sigue. En las alturas de Cuzco también están las ruinas de Sacsayhuamán, una construcción colosal que no se sabe si era un templo o una fortaleza, con muros larguísimos en forma de zigzag, formados por piedras enormes de cientos de toneladas. Cómo pudieron traer esas piedras de la cantera, a más de 20 kilómetros de allí, todavía es un misterio. Mucha fuerza de trabajo, eso está claro. A su vez, los conquistadores aprovecharon algunas de las piedras de Sacsayhuamán para construir la ciudad colonial. Por suerte no pudieron con las más grandes.

En el Valle Sagrado también se pueden visitar ruinas de pueblos incas que son una auténtica maravilla. En Písac se conserva uno de los mejores ejemplos de la arquitectura incaica en lo que fue una población en lo alto de la montaña, un complejo extenso con torres de vigilancia, terrazas agrícolas, graneros, viviendas, centro ceremonial y cementerio. La finura de la talla de las piedras del centro ceremonial, donde se encontraba un reloj solar o Intihuatana (que en quechua significa “lugar donde se amarra el sol”) es alucinante. En Ollantaytambo, un pueblo que nos encantó, también sorprenden los muros y las terrazas agrícolas encaramadas a la montaña, pero aquí la gente vive en el antiguo pueblo inca, de trazado cuadriculado, que está en el propio valle. Es realmente especial pasear por las angostas calles y ver cómo detrás de los muros incas y las puertas trapezoidales discurre la vida en patios y jardines.

Otros lugares imperdibles del Valle Sagrado son el centro de experimentación agrícola que tenían los incas en Moray, con sus hermosas terrazas concéntricas que parten de un círculo para acabar formando una especie de ocho, y las salinas comunitarias de Maras, un enjambre de pequeñas pozas o charcas de agua salada rodeadas de sal solidificada, que al atardecer van cambiando de color y pasan del marrón al azul plateado. Un lugar mágico.

Por último, y volviendo a Cuzco, hemos de destacar que hemos coincidido con la celebración del Inti Raymi, la fiesta inca de adoración al sol. Durante dos semanas se suceden procesiones y danzas por la calle, y el día 24 de junio cientos de actores representan una ceremonia tradicional, en la que llegan columnas de representantes de los cuatro “Suyos” (regiones del Imperio), vestidos según sus tradiciones, bailando y tocando sus músicas, hasta que aparece el Inca, que lidera una solemne ceremonia de veneración al sol. Aunque el lugar bueno para ver la ceremonia es Sacsayhuamán, como ésta se representa en tres puntos diferentes, nosotros optamos por verla en la Plaza de Armas, que estaba más cerca de nuestro hostal. La verdad es que disfrutamos del colorido y de la envergadura del montaje, pero el sol nos achicharró el cerebro durante las más de tres horas que estuvimos cara a la plaza. Porque la ceremonia en sí ya es larga, pero además nosotros nos equivocamos de hora y llegamos una hora antes del acto. Y con la puntualidad peruana, pasó casi una hora más. Como habíamos pillado silla, no había quién nos moviera de allí. Y sí, aunque suene sacrílego, sobrevivimos a un Inti Raymi que se nos hizo eterno. Para acabarlo de arreglar, en Ollantaytambo  también coincidimos con el Ollantay Raymi. Eso sí, esta vez decidimos ver la ópera (por lo extensa que llega a ser a representación) tranquilamente desde la montaña de delante, y cuando la cosa se empezó a amuermar, nos fuimos a comer una buena trucha frita en la feria gastronómica.





Las fiestas en e Cuzco comienzan dos semanas antes del Inti Raymi



Toda la ciudad se moviliza



y la Plaza de Armas es un hervidero de gente



Las maravillosas piedras que forman los muros dentro de la ciudad



se unen, unas con otras, sin necesidad de cemento ¡y a prueba de terrremotos!



En las calles del Cuzco los edificios coloniales se asientan sobre los preciosos muros incas



Llegamos a las ruinas de Písac, desde donde se ve el pueblo colonial



El conjunto sagrado es de una finura impresionante



A lado y lado, hay decenas de terrazas agrícolas



 talladas siguiendo la forma del cerro



Este es el Coricancha o templo del sol, sobre el que los conquistadores construyeron Santo Domingo



Y aquí los muros en zigzag de Sacsayhuamán



con sus puertas trapezoidales



y sus enormes piedras 



Otras ruinas, las de las fuentes de Tambomachay



La Plaza de Armas de Cuzco, con la catedral y la iglesia de la Compañía de Jesús



Empieza el Inti Raymi con los representantes de los cuatro "suyos" y un poli delante



Llega el Inca



quien solemnemente realiza la ceremonia en el centro de la plaza



Al acabar, vuelve a desfilar toda la comitiva, que se dirige a Sacsayhuamán



Estas son las calles de Ollantaytambo



donde entre los muros incas discurre la vida cotidiana



Aquí un pequeño del lugar, vestido para el día de fiesta, que jugaba delante de su casa



Desde las calles del pueblo, rectas y angostas, se ven las ruinas en el cerro



Una fortificación y decenas de terrazas forman el conjunto



Alguna parece que tiene prisa...



y otras andan medio embelesadas...



Sobre los tejados, no faltan la cruz católica y los toros, para que a la casa no le falte de nada



Empieza el Ollantay Raymi, con cientos de actores representando la función



pero hay hambre y preferimos ir a por unas truchas




El cuy, no gracias, y menos empalado



Estas terrazas de Moray servían como centro de experimentación agrícola 



Y aquí, el Verónica y otros cerros de la zona



El enjambre de salinas de Maras



donde la tarde y la sombra va cambiando el color 



y donde cada miembro de la comunidad tiene derecho a una pocita



que después de tres días de evaporación de agua, contendrá una fina capa de sal que habrá que rascar





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