30 de junio de 2012

La selva del Manu, primera exploración en la jungla peruana


No estaba dentro de nuestros planes, pero cosas que pasan: vas a una agencia a informarte de una excursión para ir a Machu Pichu, te empiezan a hablar de la selva, te explican historias fascinantes sobre poblaciones indígenas que todavía viven en la zona reservada del Manu sin haber entrado nunca en contacto con la civilización, y te entran unas ganas irrefrenables de explorar por primera vez la jungla.

No podríamos haber tomado una mejor decisión ni haber elegido mejor compañía. Fernando, nuestro guía, había crecido en la selva y es un experto explorador que domina la flora y fauna autóctonas. Además, coincidimos con un grupo divertidísimo de dos parejas de argentinos y una formada por una boliviana y un holandés. Los argentinos realmente nos dejaron boquiabiertos con sus conocimientos de botánica y animales, y la verdad es que hemos aprendido un montón en estos cuatro días que se nos han hecho muy cortos.

Quien crea que ir a la selva es como ir al zoo va bastante equivocado. Los animales no están de exposición, sino que se esconden de ti, con lo que es difícil observarlos. Nosotros vimos, entre otros, muchos pájaros (guacamayos, oropéndolas, loros, algún gallo de las rocas), sapos, una serpiente venenosa y una capibara, pero los monos y los caimanes se nos resistieron. Por lo visto, como nómadas que son, estaban buscando alimento en algún otro lugar.

Con una excursión de cuatro días, de los cuales dos te los pasas mayoritariamente de viaje (eso sí, viendo maravillado cómo cambia el paisaje y el clima desde el altiplano a la selva tropical, pasando por auténticos pueblos y por la selva alto-andina) sólo da tiempo a estar dos días en lo que llaman la “zona cultural” del Manu. Después de navegar por el río Madre de Dios durante media hora desde la pequeña población de Atalaya, llegamos a un lugar totalmente virgen donde dormimos en un lodge rodeados de los ruidos de la selva. ¡Qué sonidos más fascinantes, qué vegetación sobrecogedora!

El segundo día seguimos surcando el río para establecernos en un sitio todavía más impresionante, con unas vistas preciosas sobre la jungla y el río. Desde allí hicimos, en dos días, varias excursiones para descubrir enormes árboles centenarios, plantas medicinales, lianas, lagunas, y conocer así los secretos de la selva en boca de Fernando. Hasta probamos las termitas crudas, que curiosamente están muy buenas y saben a menta.

Por la noche, las conversaciones continuaban, y ahí Fernando nos explicaba los resultados de sus expediciones por la zona reservada, donde sólo se entra con permisos especiales, o de los raros encuentros entre grupos de exploradores y la tribu no contactada de los Mashco Piros, que se han podido fotografiar desnudos a distancia. La historia que más nos conmocionó fue la de Shako, un amigo de Fernando que entró en contacto con los Mashco Piros y les regaló machetes. Cuando los indígenas volvieron a por más machetes, Shako los pidió al Parque Nacional pero no los consiguió. El día que fue al encuentro de la tribu, junto con otra pareja, murió de un flechazo. No se sabe si los indígenas enviaron una señal de que quieren seguir aislados, si querían más machetes, si percibieron al grupo como una amenaza…

Luego están las comunidades indígenas contactadas, que viven tan aisladas que no se pueden visitar sin haber pasado un riguroso examen médico, pues el contagio de una gripe puede ser mortal, como pasó en el caso de una antropóloga, cuya visita causó varios fallecimientos entre los autóctonos porque pilló un virus en el camino hacia allí.

A parte de estas historias y de las de exploradores que buscan ruinas arqueológicas o incluso El Dorado, la selva del Manu es un lugar natural fascinante, que te renueva la energía. No nos extraña que haya gente que vuelva y vuelva para volver a sentir los sonidos de lo que se ve y de lo que no, para oler la humedad y la vegetación, para oír el estruendo de los truenos y ver el fogonazo de los rayos mientras cae una cortina de agua sobre la selva. Nosotros seguro que volveremos a por más.




Por el camino hacia la selva pasamos por las tumbas de Ninamarca



y por el auténtico pueblo de Paucartambo



por donde pasa un bonito río



Llegamos a la selva alto-andina



donde hay helechos llamados "colas de mono"



zapatitos de duende



y mariposas de colores




vamos bajando hasta la selva



y encontramos a los gallos de las rocas



flores tropicales



tucanes



y aprendemos a comer termitas (que, por cierto, saben a menta y están buenísimas)



Este es el río Madre de Dios



que surcaremos felices



hasta llegar a nuestro lodge



desde allí, hacemos excursiones para ver pájaros



 y tranquilas lagunas 



donde navegaremos silenciosamente



atentos a la fauna



y sí, aquí se esconde una capibara bajo la vegetación



De noche, retornamos por el río con Etson al mando



A la mañana siguiente, volvemos a embarcar



para seguir viendo maravillosa flora



y árboles que asfixian a otros árboles



Estamos en el medio de la jungla peruana



y encontramos monumentales árboles centenarios en el camino



Luego, toca un bañito frío en una zona libre de caimanes



y es que después de la caminata y el calor hay que relajarse...



Este es nuestro palacio en la jungla



De noche, algunos valientes salimos a pescar y no hay suerte



pero de vuelta, encontramos un precioso hongo tóxico  llamado "velo de novia" 



Al día siguiente, apenados dejamos la selva



y para celebrar lo bien que lo hemos pasado, decidimos parar en Tipón para comer un cuy



con toda la troupe ¡Hasta la vista amigos!

1 comentario:

  1. Cómo olvidarlos... personas de gran espíritu aventurero, energía y con ganas de conocer más de todo un poco. Gracias por compartir la experiencia y las fotos fantásticas! Espero que vuelvan pronto a Perú. Ruth.

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