No estaba dentro de nuestros planes, pero cosas que pasan:
vas a una agencia a informarte de una excursión para ir a Machu Pichu, te
empiezan a hablar de la selva, te explican historias fascinantes sobre
poblaciones indígenas que todavía viven en la zona reservada del Manu sin haber
entrado nunca en contacto con la civilización, y te entran unas ganas
irrefrenables de explorar por primera vez la jungla.
No podríamos haber tomado una mejor decisión ni haber
elegido mejor compañía. Fernando, nuestro guía, había crecido en la selva y es
un experto explorador que domina la flora y fauna autóctonas. Además,
coincidimos con un grupo divertidísimo de dos parejas de argentinos y una
formada por una boliviana y un holandés. Los argentinos realmente nos dejaron
boquiabiertos con sus conocimientos de botánica y animales, y la verdad es que
hemos aprendido un montón en estos cuatro días que se nos han hecho muy cortos.
Quien crea que ir a la selva es como ir al zoo va bastante
equivocado. Los animales no están de exposición, sino que se esconden de ti,
con lo que es difícil observarlos. Nosotros vimos, entre otros, muchos pájaros
(guacamayos, oropéndolas, loros, algún gallo de las rocas), sapos, una
serpiente venenosa y una capibara, pero los monos y los caimanes se nos
resistieron. Por lo visto, como nómadas que son, estaban buscando alimento en algún
otro lugar.
Con una excursión de cuatro días, de los cuales dos te los
pasas mayoritariamente de viaje (eso sí, viendo maravillado cómo cambia el
paisaje y el clima desde el altiplano a la selva tropical, pasando por auténticos
pueblos y por la selva alto-andina) sólo da tiempo a estar dos días en lo que
llaman la “zona cultural” del Manu. Después de navegar por el río Madre de Dios
durante media hora desde la pequeña población de Atalaya, llegamos a un lugar
totalmente virgen donde dormimos en un lodge
rodeados de los ruidos de la selva. ¡Qué sonidos más fascinantes, qué
vegetación sobrecogedora!
El segundo día seguimos surcando el río para establecernos
en un sitio todavía más impresionante, con unas vistas preciosas sobre la
jungla y el río. Desde allí hicimos, en dos días, varias excursiones para
descubrir enormes árboles centenarios, plantas medicinales, lianas, lagunas, y
conocer así los secretos de la selva en boca de Fernando. Hasta probamos las
termitas crudas, que curiosamente están muy buenas y saben a menta.
Por la noche, las conversaciones continuaban, y ahí
Fernando nos explicaba los resultados de sus expediciones por la zona reservada,
donde sólo se entra con permisos especiales, o de los raros encuentros entre grupos
de exploradores y la tribu no contactada de los Mashco Piros, que se han podido
fotografiar desnudos a distancia. La historia que más nos conmocionó fue la de
Shako, un amigo de Fernando que entró en contacto con los Mashco Piros y les
regaló machetes. Cuando los indígenas volvieron a por más machetes, Shako los
pidió al Parque Nacional pero no los consiguió. El día que fue al encuentro de
la tribu, junto con otra pareja, murió de un flechazo. No se sabe si los
indígenas enviaron una señal de que quieren seguir aislados, si querían más
machetes, si percibieron al grupo como una amenaza…
Luego están las comunidades indígenas contactadas, que
viven tan aisladas que no se pueden visitar sin haber pasado un riguroso examen
médico, pues el contagio de una gripe puede ser mortal, como pasó en el caso de
una antropóloga, cuya visita causó varios fallecimientos entre los autóctonos
porque pilló un virus en el camino hacia allí.
A parte de estas historias y de las de exploradores que
buscan ruinas arqueológicas o incluso El Dorado, la selva del Manu es un lugar
natural fascinante, que te renueva la energía. No nos extraña que haya gente
que vuelva y vuelva para volver a sentir los sonidos de lo que se ve y de lo
que no, para oler la humedad y la vegetación, para oír el estruendo de los
truenos y ver el fogonazo de los rayos mientras cae una cortina de agua sobre la selva. Nosotros seguro que volveremos a por más.
Por el camino hacia la selva pasamos por las tumbas de Ninamarca
y por el auténtico pueblo de Paucartambo
por donde pasa un bonito río
Llegamos a la selva alto-andina
donde hay helechos llamados "colas de mono"
zapatitos de duende
y mariposas de colores
vamos bajando hasta la selva
y encontramos a los gallos de las rocas
flores tropicales
tucanes
y aprendemos a comer termitas (que, por cierto, saben a menta y están buenísimas)
Este es el río Madre de Dios
que surcaremos felices
hasta llegar a nuestro lodge
desde allí, hacemos excursiones para ver pájaros
y tranquilas lagunas
donde navegaremos silenciosamente
atentos a la fauna
y sí, aquí se esconde una capibara bajo la vegetación
De noche, retornamos por el río con Etson al mando
A la mañana siguiente, volvemos a embarcar
para seguir viendo maravillosa flora
y árboles que asfixian a otros árboles
Estamos en el medio de la jungla peruana
y encontramos monumentales árboles centenarios en el camino
Luego, toca un bañito frío en una zona libre de caimanes
y es que después de la caminata y el calor hay que relajarse...
Este es nuestro palacio en la jungla
De noche, algunos valientes salimos a pescar y no hay suerte
pero de vuelta, encontramos un precioso hongo tóxico llamado "velo de novia"
Al día siguiente, apenados dejamos la selva
y para celebrar lo bien que lo hemos pasado, decidimos parar en Tipón para comer un cuy
con toda la troupe ¡Hasta la vista amigos!
Cómo olvidarlos... personas de gran espíritu aventurero, energía y con ganas de conocer más de todo un poco. Gracias por compartir la experiencia y las fotos fantásticas! Espero que vuelvan pronto a Perú. Ruth.
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