La llegada a La Paz desde arriba por El Alto, desde donde
se ven miles y miles de casas de ladrillo encaramadas en las laderas de un enorme
cañón, es simplemente alucinante. Y es que esta ciudad de calles empinadísimas
está situada en un lugar impresionante, donde para ir hacia el centro sólo hace
falta bajar, y así se llega a la calle principal que, como si de un río se tratara,
es el punto más bajo de la villa. Al revés que en muchas ciudades, en La Paz
los barrios buenos están abajo, y encaramadas a los cerros y en El Alto, otra
ciudad por encima del valle, habitan las clases más populares. Eso sí, desde
todas partes se ve el majestuoso monte nevado Illampu, de más de 6.000 metros.
En La Paz se vive con el frenesí de las ciudades
bolivianas, pero corregido y aumentado. Los enormes mercados callejeros
divididos por zonas (calles y calles de faldas coloridas, bricolaje, sombreros,
juguetes…), el caos de combis buscando pasajeros, y los vendedores ambulantes
de comida se combinan con la tranquilidad de las iglesias o los museos. A
medida que se va bajando por la calle principal hacia Sopocachi, aparecen más y
más rascacielos y la gente va vistiéndose más moderna. Llegamos a la zona
buena, donde hay árboles, casas unifamiliares y tiendas que podrían estar en cualquier
ciudad europea. Nada que ver con la zona superior de la ciudad.
En la capital boliviana tuvimos la suerte de coincidir con
una de sus mejores fiestas, la del Cristo del Gran Poder, donde decenas de
miles de personas desfilan bailando en comparsas desde las 7 de la mañana hasta medianoche.
Nuestro hostal estaba situado en la calle principal, así que desde la terraza
pudimos ver la entrada cómodamente. A la que bajamos a la calle, aquello era el
caos. Para ir a la esquina de al lado había que dar una vuelta de narices, y
para cruzar de un lado a otro de la calle principal, rodeada de tribunas
improvisadas de sillas de plástico, había que hacer cola durante horas. Eso sí,
ver la fuerza del baile, el sudor y la alegría en las caras de la gente y los
coloridos trajes y las plumas de cerca, fue un espectáculo inolvidable. A la
noche, cuando acabó el desfile, se cruzaban legiones de borrachos de todas las
edades (cholitas de cierta edad incluidas) con la gente que recogía el tinglado
de las sillas, la que limpiaba los
escombros y la que seguía cocinando carne y chorizos a la parrilla. La visión
de los fuegos y el humo en la oscuridad, junto con los restos de la fiesta y
los zombis que deambulaban parecía del apocalipsis final. Eso sí, al día
siguiente todo estaba impecable.
Aprovechamos también la estancia en La Paz para visitar
las cercanas ruinas de Tiwanaco, donde gracias a las buenas explicaciones de un
guía pudimos conocer las características de esta gran cultura preincaica que,
después de haber desarrollado una técnica arquitectónica y unos saberes
astronómicos sorprendentes para la época, desapareció misteriosamente en el
1.200 d.C.
Y decimos que fue gracias al guía, porque lo que fue un
complejo astronómico de primera magnitud (con varios templos, una pirámide y un
cementerio) fue talmente saqueado a partir de la conquista de los españoles, que
hoy quedan sólo algunas piedras inconexas. Además, algunas partes se han
reconstruido en lugares distintos a los originales, por lo que si no te lo
explican, es imposible entender nada.
Los tiwanacos, por lo visto, desarrollaron un conocimiento
astronómico inigualable, que entre otras cosas les permitía saber cuándo y qué
cosechar. Conocían perfectamente los ciclos del sol y de la luna, como
demuestra la disposición de los templos y sus inscripciones. Para ver mejor el
cielo, dicen algunos estudiosos, se deformaban el cráneo con planchas atadas a
la cabeza. ¿Qué pudo acabar con una cultura tan desarrollada? La teoría más
plausible es que fue una tremenda sequía (de hecho tiwanaco significa “costa
seca”), que redujo el lago Titicaca, que antes llegaba hasta estos parajes, a
lo que es hoy. Al alejarse el agua, los tiwanaco emigraron hacia otros lugares
en los que se han encontrado algunos de sus mejores tesoros. Con ellos, se
llevaron también el conocimiento acumulado, unos saberes que culturas
posteriores como la inca bien supieron aprovechar.
El nevado cerro Illampu preside esta ciudad
donde las casas se encaraman por las laderas de un cañón
y en la parte baja de este inmenso valle de ladrillo se suceden los rascacielos, o zona bien
En el estadio se está a punto de disputar el partido entre Bolivia y Chile
Hasta los edificios oficiales están en calles empinadas
Esta es la estampa típica de La Paz, con el habitual tráfico de coches, taxis y colectivos
La venta callejera cubre las calles de media ciudad
Y en el Mercado de las Brujas cuelgan los fetos de llama, que se entierran en los cimientos de las casas para traer suerte a los inquilinos
Aquí todo son subidas o bajadas
y el frenesí sigue por la noche
Hoy es la Fiesta del Gran Poder
en la que miles de bolivianos desfilan de sol a sol
con llamativos trajes de colores
Toda la calle principal se cubre de gente y danzas
y tenemos la suerte de poder verlo desde el balcón del hostal
Pasan miles de bailarines y músicos
como éstas, con los típicos bombines que llevan las cholitas
hasta la noche la fiesta sigue
y los trajes fantásticos y los ritmos no se acaban hasta entrada la noche. ¡Vaya festival!
Llegamos a las ruinas de Tiwanaco, donde nos espera un complejo dedicado al estudio de la astronomía
Esta cultura pre-incaica demuestra un desarrollo impresionante, tanto en la arquitectura
como en el dominio de los tiempos y las estaciones, todo con el fin de saber cuándo y cómo cosechar
Aunque algunas partes se han reconstruido en lugares que no tocaban, las partes originales del conjunto se relacionan entre sí y son impresionantes
Y como ejemplo de la artesanía Tiwanaco, un par de vasijas que se encuentran en el museo
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