11 de mayo de 2012

Aislados del mundo en Iruya


Iruya es un pequeño pueblo perdido en un precioso valle, a casi tres horas en coche de Humauaca, y a él se llega por un camino de tierra rodeado de paisajes espectaculares.

Gracias a Víctor, un especialista en turismo comunitario, pudimos saber cómo este pueblo sobrevive lejos de todo. La mayor parte de los iruyenses viven del empleo estatal y de las ayudas sociales que se dan en Argentina por tener hijos, combinadas con algo de agricultura de autoconsumo. Así nos explicó cómo algunas ayudas, como la que de un sueldo vitalicio por tener 7 hijos, están distorsionando enormemente la pirámide poblacional de la zona, donde abundan los niños y los mayores, mientras que apenas hay jóvenes. Por otro lado, los hijos de familias numerosas sin recursos se ven abocados a la pobreza y a formar parte de una abundante masa de mano de obra barata.

Antes, en Iruya y las comunidades colindantes (puesto que hay pequeños núcleos de población todavía más perdidos y aislados) se cultivaban todo tipo de vegetales, pero cuando las plantaciones de caña de azúcar requirieron de mucha mano de obra, los locales emigraron y dejaron perder los campos.

Hoy, el gran acontecimiento del pueblo es el fútbol. Y es que los fines de semana se juegan muchos partidos entre hombres y mujeres de todas las edades. Nosotros vimos un rato un juego entre chicas jóvenes y la verdad es que nos lo pasamos en grande. La táctica era el antiguardiolismo, patada al balón y a ver donde cae, cabezazo, patadón y nueva patada. Muy divertido, ¡y muy cansado a casi 3.000 metros!

Con Guillem hicimos una excursión preciosa. Subimos al monte más alto para admirar el precioso valle y ver volar a los cóndores. Tres que iban juntos pasaron tan cerca de nuestras cabezas que nos peinaron con el aire de su planeo, un espectáculo maravilloso. Por el camino nos encontramos a gentes que volvían con  burros cargados de papas. Habían ido a buscarlas a unos campos a cuatro horas del pueblo. Preguntamos a otros, y éstos llevaban caminando diez horas desde su pueblo para llegar a Iruya. Un modo de vida impresionante.

De Iruya también hicimos una excursión a San Isidro, un pueblo aún más pequeño a dos horas caminando por el cauce de un río. Allí, Xavi estuvo hablando de la vida en el pueblo con el señor Enrique mientras preparaba duraznos (melocotones) para secarlos al sol. Unos pasos más y nos cruzamos con una viejecita que llevaba un barreño de sangre en sus manos. Y es que acababan de matar a una vaca, y cinco hombres estaban esperando a que se desangrara para continuar con el corte del animal.

En San Isidro nos encontramos con dos chicos argentinos, Delfina y Maxi, que habíamos conocido en el bus hacia Iruya. Compartimos unas empanadas e interesantes impresiones sobre Argentina y volvimos con ellos para tomar un bus hacia Purmamarca. La verdad es que dejamos Iruya con un poco de pena, pues es un lugar tan especial y único que nos hubiera gustado disfrutarlo y vivirlo durante unos cuantos días más, pero el viaje debe continuar.


De camino a Iruya







Subiendo al cerro























Me gusta el furrbol..





Caminata hacia San Isidro










La cabina telefónica, ¡sólo en este punto hay cobertura!









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