Acabamos de llegar a Colombia y ya hemos conocido uno de
esos sitios en los que te preguntas si te podrías quedar a vivir. Se llama
Puerto Nariño y es un pueblo de 5.000 habitantes a orillas del Amazonas, a dos
horas en lancha de la ciudad de Leticia. La llegada a Leticia, después de 10
horas en lancha rápida desde Iquitos fue algo accidentada, pues como el puerto
de Leticia no se puede utilizar cuando ha oscurecido, nos dejaron en Tabatinga
(Brasil), y de allí tuvimos que patear una media hasta Colombia cargados con
las mochilas. Era domingo por la tarde y no había un solo taxi que pillar. Para
más inri, sólo pudimos hacer los trámites de salida a Perú pero no los de
entrada en Colombia, para los cuales nos habríamos de desplazar al día
siguiente al aeropuerto. Así lo hicimos a primera hora y ese mismo día nos
fuimos a Puerto Nariño.
Idealmente ubicado en medio del verde de la selva y a
orillas del Amazonas, Puerto Nariño se distingue por no tener más vehículos motorizados
que una ambulancia, un coche de bomberos y otro que recoge la basura. Reina la
tranquilidad y el estrés no existe. Sus habitantes y algún turista pasean
tranquilamente por las calles pavimentadas saludándose amablemente y admirando
las casas pintadas y los cuidados jardines del pueblo. Desde los altavoces del
mirador, a las 17.30 pasan el bando: que si se ha organizado tal torneo de
fútbol, que si tal tiene carne para vender, que el trámite cual se debe hacer
en tal horario… Esa es también la mejor hora para subirse al mirador, desde donde
se puede asistir a una puesta de sol bellísima sobre la selva y el Amazonas, y
admirar cómo la naturaleza rodea el pueblo por sus 360 grados, aparte de
escuchar el estruendo que realizan miles de aves que se agrupan al atardecer.
Nosotros no nos alojamos en el propio pueblo, sino a 15
minutos andando, en El Alto del Águila, unas cabañas regentadas por Fray Héctor
que también están junto al río. El lugar es absolutamente impresionante, con
decenas de animales en libertad que conviven entre ellos y con el visitante.
Así hemos podido trabajar junto a guacamayos, jugar con monos y observar
interacciones curiosas entre patos, gatos y un perro. Además de la diversión, a
veces hemos tenido que defendernos, sobretodo de uno de los monitos fraile o
ardilla, que cuando no se colaba en la habitación para colgarse de la
mosquitera, se metía en la cocina para intentar comerse nuestra comida.
Especialmente complicada ha sido la convivencia con todo tipo de insectos
chupasangre a pesar de que contábamos con tres tipos diferentes de repelente,
entre ellos el Goibi y el famoso jabón colombiano Nopikex. Entre mosquitos,
arenilla y no sé qué otros bichos, nos han masacrado bastante, y es que aquí no
hay repelente que valga. Lo único que ayudaba un poco a acabar con los malditos
insectos eran los pequeños sapos y arañas que habitaban en la cocina y los
baños.
A parte de estar por el pueblo o en El Alto del Águila,
aprovechamos la estancia en Puerto Nariño para conocer el Lago Tarapoto, donde
en teoría había delfines rosas. No vimos ninguno pero aprovechamos el viaje
para bañarnos en el Amazonas y para intentar pescar pirañas para la cena. Xavi
pescó una y Mariona dos peces distintos, pero como eran muy pequeños los
soltamos. Eso sí, no nos quedamos sin pescado porque Marcela y Eduardo, una
pareja de colombianos, pescaron bastante y lo compartieron con nosotros durante
la cena. También tuvimos la suerte de conocer a Juan Diego, un bogotano biólogo
que nos sabía explicar cosas sobre cada ave y cada planta que veíamos.
Con ellos tres también hicimos una excursión de cuatro
horas por la selva hasta la comunidad de indígenas ticunas de San Martín. En el
camino, donde sudamos la gota gorda, nos embarramos literalmente hasta las
rodillas, pero pudimos apreciar la diferencia entre las partes originales de la
selva y las zonas taladas por el hombre para usarlas como tierra de cultivo. Ya
en la comunidad, a la que llegamos gracias a unos niños que nos cruzaron en
bote por el río, un señor llamado Víctor, encargado del turismo, nos sentó en
su casa para explicarnos la historia de la comunidad. O eso pensábamos
nosotros. De hecho, durante los primeros cinco minutos nos contó varias
leyendas y que las diferentes comunidades de ticunas están divididas en lo que
hoy son tres países: Brasil, Perú y Colombia, en una zona donde también hay
otros indígenas como los boras o los yacunas. Pero luego empezó a explicarnos,
durante largo rato, las caminatas que él podía ofrecer y todas las
capacitaciones a las que había asistido, lo cual nos pareció un poco aburrido y
desafortunado, demasiado mercantilista. Después descubrimos que la comunidad no
saca provecho de lo que gana este hombre con el turismo, por lo entendimos que los
extranjeros no sean acogidos con demasiada efusividad.
Nuestro amigo Juan Diego, que ya iba con la idea de
quedarse allí una noche, fue inteligente y decidió quedarse con la familia de
un artesano, que por la tarde le enseñó a tallar una hoja con la madera de
palosanto y le llevó a ver después un partido de fútbol en el que todo el
pueblo apostaba por un equipo o por otro. Nosotros esa misma tarde volvimos a
Puerto Nariño en un bonito trayecto en barca. Al día siguiente tomamos una
lancha rápida para volver a Leticia, y de allí, después de comernos un
excelente Pirarucú (el pescado más grande del Amazonas), nos dirigimos al
aeropuerto para volar a Bogotá, pues por tierra no se puede salir de aquí. La
primera parada en Colombia ha sido inmejorable, a ver qué nos depara ahora la
capital del país.
Llegamos a Colombia con una luz espectacular
Al día siguiente nos vamos hacia Puerto Nariño
donde nos recibe un simpático guacamayo
La puesta de sol desde el mirador del pueblo es sublime
Y el pueblo en sí, rodeado de verde
Pillamos in fraganti al monito que se había colado en la cocina para pisparnos la comida
Trabajando con la ayuda de nuestros amigos
Y por encima, observan la escena unos cuantos más
Nos vamos en bote hacia el Lago Tarapoto
por donde también hay árboles gigantes
Xavi y su mini-piraña que pronto volverá al agua
En un acto de fe, nos bañamos a pesar de las pirañas
Con Juan Diego y Jose en el tablón de anuncios del pueblo antes de irnos a San Martín
de caminata. también con Eduardo y Marcela
alguno de los bichos que vemos por el camino se las traen
a esta pobre no la chafamos de milagro
después de tres horas de pateada por el fango llegamos al río Amacayayu, ya queda poco
una horita más y llegamos a San Martín de Amacayayu
aquí la gente vive principalmente de la pesca y de la venta de artesanía a los cuatro turistas que llegan
en los alrededores del pueblo todo es selva
la niña no duda en bañarse con la piruleta en la boca
mientras los amiguetes juegan y pescan
Volvemos a nuestro paraíso de guacamayos
Temprano, por la mañana, vemos sus últimos vuelos
por encima del Alto del Águila
Nos despedimos también del gato de ojos dispares
y es que, aunque cueste, toca irse de este magnífico lugar
y decir adiós al Amazonas.... por el momento...