El bus traqueteaba y el olor a tierra nos acompañaba en el camino al profundo sur, pasando por la inmensa llanura patagónica, donde cada mucho se veía una casita o un campo con caballos. Lo mejor, la profundidad del horizonte y la amplitud de la visión, que hacen el cielo azul inmenso y la amarillenta estepa infinita.
Paramos en dos pueblos inhóspitos propios del Far West americano, Bajo Caracoles y Gobernador Gregores. Sobre todo el primero, son cuatro casas en medio de la nada, y el bar/hotel en el que paró el bus, con una colección de cuchillos colgada en la pared, bien podría servir a Tarantino para hacer una película.
La guinda fue cuando, después de 20 horas de viaje, el acompañante del conductor nos comentó que en breve se haría una parada técnica para reparar el autobús. Paramos en una casucha abandonada en medio de la nada, donde nos esperaban dos mecánicos con una cruceta nueva, pues la que llevaba nuestro pobre bus venía fallando desde El Bolsón, según nos comentaron. Los técnicos venían de El Calafate, a cinco horas del punto de encuentro. Total, que cambiaron la cruceta bajo la atenta mirada de todos los pasajeros, especialmente de dos alemanes flipados que por su interés debían ser del ramo, y proseguimos el viaje, eso sí, con mucho menos traqueteo.
El premio final del periplo fue una puesta de sol alucinante sobre la estepa patagónica, con un cielo psicodélico de azules, rojos y naranjas como nunca habíamos visto. Y para rematar, la visión de los altísimos picos del monte Fitz Roy mientras anochecía. ¡Increíble! Parada técnica para estirar las piernas en Bajo Caracoles
El viento sopla fuerte en la estepa patagónica
Una casa de uvas a peras
Aquí empieza a hacer rasca!
La hierba que cubre kilómetros y kilómetros de paisaje
Ceda el paso...¿A quién?
Pero esto no es tan inhóspito en buena compañía...
La reparación
La pieza cascada y la "nueva"
El cielo inmenso
Anochecer psicodélico
¡Ya llegamos a El Calafate, y bajo el cielo naranja vemos el Fitz Roy!