Pensábamos quedarnos un par de días en Sucre, ¡y ya
llevamos aquí una semana!
En esta ciudad de casas coloniales blancas, iglesias y amplios
patios de tipo andaluz, hay un trajín que no veas. Entre miles de universitarios,
niños uniformados y vendedores callejeros, por las estrechas aceras del centro hay
que ir en fila india.
De las 18 a las 22
horas es hora punta y no cabe una aguja. Y es que todo el mundo, también
arquitectos, profesores o ingenieros (cuyos sueldos por lo visto no dan para
vivir), se dedican a vender hamburguesas, CD o cualquier otra cosa en un
mercado que se improvisa cada tarde. Al lío hay que añadir las decenas de corrillos
que se forman en la calle para ver el último capítulo de alguna telenovela o
combates de lucha libre, a través de televisores encarados hacia la calle.
Y por si el quilombo fuera poco, hemos coincidido con la
celebración del aniversario del primer grito libertario el 25 de mayo de 1809, aunque
la independencia no llegó hasta 1825. Llevamos dos días de desfiles continuos.
Miles de niños, jóvenes y mayores desfilan orgullosos en trajes (con razón los
sastres nos decían estos últimos días que no tenían tiempo ni para arreglar una
cremallera), a ritmo de música militar; los campesinos e indígenas también
desfilan, pero en silencio y sin ir uniformados, como si en realidad la cosa no
fuera con ellos.
Entre las visitas más interesantes de la ciudad están el
Museo de Arte Indígena, con ejemplos maravillosos de las auténticas obras de
arte que tejen las mujeres indígenas de la zona; el Museo Chalcas, donde se
exponen cráneos trepanados de cirugías del pasado y momias de bebés, o el Museo
de Etnografía y Folklore, con una impresionante colección de máscaras de
fiestas y rituales. Nos sorprendió muchísimo la diversidad de las mismas,
algunas de las cuales nos recordaron muchísimo a ejemplares indonesios (¡qué
curioso!).
Y es que en el estado “plurinacional” de Bolivia hay
cientos de culturas y tradiciones indígenas por conocer. En los alrededores de Sucre,
por ejemplo, habitan yamparas y jalq’as que viven de lo que cultivan: avena, maíz,
papa y quínoa. De hecho, lo más interesante de nuestra experiencia en Sucre han
sido las excursiones a Tarabuco y el cráter de Marawa con una agencia sin ánimo
de lucro, Condortrekkers. Pero eso es otro capítulo.
Llegamos a la ciudad y
encontramos el primer bloqueo: los médicos y estudiantes de medicina protestan
por el aumento de la jornada laboral y la eliminación de las prácticas durante la carrera
Así que cruzamos la barricada a pie y nos enchovamos cinco con las mochilas dentro de un
taxi:
¡Esto es Bolivia!
Aprovechamos la estancia
en Sucre para hacer algunos remiendos, aunque los sastres están muy ocupados: "Mamita, le hago un favor pues tengo mucho trabajo"
y visitamos la
monumental ciudad
con sus bonitos patios
Algunos son de universidades, escuelas, colegios,… y en uno encontramos a nuevos amigos
En el parque Simón Bolívar
tienen una réplica a pequeña escala de la Torre Eiffel
y algunos indígenas aún
se la miran un poco incrédulos
Si hay tiempo, no hay que perderse el atardecer desde el paseo de Recoleta
Así es Sucre, una
ciudad donde el blanco predominante y su porte colonial nos
recuerdan a una bella ciudad andaluza, aunque con su fuerte carácter y mezcla
indígenas
y una población que se
desvive por la celebración del 25 de mayo y que copa las calles desfilando
Por la noche les toca a
los de color caqui (estos ya no nos gustan tanto…)
Aunque no todo son desfiles... Hay gente que no puede desengancharse de sus telenovelas preferidas o las fantasiosas luchas de pressing catch que parecen ser tan populares aquí en Bolivia.
Puestos a arriesgar el pellejo, ¿que mejor que una montaña rusa boliviana en
compañía de nuestros amigos de Condortrekkers? Desafiando las leyes de la
física y el azar, y confiando en un engranaje del paleolítico ...
Y aquí, un ejemplo del arte de las tejedoras yamparas de Tarabuco
y otro de las tejedoras de
Potolo (cultura jalq’a), donde con una alucinante imaginación recrean animales
sobrenaturales
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