4 de mayo de 2012

Las casas del poeta, Isla Negra y La Sebastiana

Dos son las casas de Pablo Neruda que hemos visitado, la de Isla Negra y La Sebastiana en Valparaíso. Las dos son muy sorprendentes porque reflejan las aficiones del gran poeta chileno y su afán coleccionista. Quizá la primera, frente a una amplia playa de rocas en la que rompen con violencia las olas del Pacífico, es más especial, por su ubicación y porque en el interior, según la estancia, parece que estés dentro de un barco o de un tren, dos de las pasiones del autor.

Neruda coleccionaba soportes de piano, mascarones de proa, botellas, caracolas, mariposas, pipas, y todo tipo de objetos bonitos y curiosos. Él mismo reconocía que para ser un buen coleccionista y que los objetos maravillosos “llegaran a uno”, se tenía que difundir a los cuatro vientos que uno colecciona tal o cual cosa. También recomendaba que, para regatear bien, había que hacerlo como si se tuviera sueño y se estuviera muy cansado.
Nos imaginábamos a Neruda como a una persona más sencilla, más austera, y nada más lejos de la realidad. Colocaba cuadros enfrentados para que sus personajes se miraran, y jugaba con estatuas y muebles para crear escenas. Todas sus casas tenían un bar en el que invitaba a sus amigos para servir, disfrazado detrás de una barra, whiskies o cócteles propios como el Gran Coquetelón (para quien lo quiera imitar, se compone de champagne, coñac, Cointreau y zumo de naranja). El agua la bebía en gruesas copas de color verde o rojo porque, según él, en ellas ésta sabía mejor.
Además de escribir cada día y atender a sus amigos, Neruda pasaba largos ratos observando el mar o la ciudad de Valparaíso desde los grandes ventanales de sus casas, con un catalejo o unos prismáticos, como el marinero de tierra firme que era. Así, decía que podía ver cosas extraordinarias como a una mujer desnuda que salía todos los días a la terraza para tomar baños de sol (sus amigos nunca la vieron) o cómo las olas llevaban hasta la costa una tabla de madera que se convirtió después en su escritorio preferido.
Pero qué mejor, para recordar al gran Pablo Neruda, que acabar con un fragmento de su “Oda al Mar”, un poema que sin duda escribió en Isla Negra, y que transmite magistralmente el espectáculo que es observar el océano desde este lugar en el mundo.


ODA AL MAR

Aquí en la isla
el mar
y cuánto mar
se sale de sí mismo
a cada rato,
dice que sí, que no,
que no, que no, que no,
dice que sí, en azul,
en espuma, en galope,
dice que no, que no.

No puede estarse quieto,
me llamo mar, repite
pegando en una piedra
sin lograr convencerla
entonces
con siete lenguas verdes
de siete perros verdes,
de siete tigres verdes,
de siete mares verdes,
la recorre, la besa,
la humedece
y se golpea el pecho
repitiendo su nombre.



La Sebastiana, donde Pablo y Matilde habitaron los tres últmos pisos...



... con hermosísimas vistas sobre Valparaíso



La casa de Isla Negra



y el bar para los amigos, lo único que pudimos fotografiar desde fuera, ya que del interior no dejan tomar fotos



El bote y la campana delante de la casa



Y el mar, tanto mar



Y las olas, que sicen que sí, que no



en espuma, en galope



que se salen de sí mismas, a cada rato



me llamo mar, repite, pegando en una piedra sin lograr convencerla



y se golpea el pecho repitiendo su nombre

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