8 de septiembre de 2012

La Guajira, con los wayúus en el fin del mundo


En este viaje no hemos llegado al sur del continente, pero sí nos podemos vanagloriar de haber estado en el punto más al norte de América del Sur, en La Guajira colombiana. Para llegar a este desierto de tierra y matorrales rodeado de mar, casi en la frontera con Venezuela, hay que tomar unos cuantos 4x4 que te van adentrando en esta particular y poco habitada península. El largo viaje desde luego vale la pena, pues una vez en La Guajira uno se siente en una especie de fin del mundo habitado por indígenas, chivos, lagartos e iguanas.

La primera parada en La Guajira suele ser Cabo de la Vela, un pequeño pueblo junto al mar donde a partir las 6 de la tarde reina la oscuridad y donde no llega el agua corriente. El pueblo en sí no tiene mucho, pero a una hora andando de allí se encuentra el Pilón de Azúcar, una montaña en forma de cono desde donde se tienen unas vistas espectaculares sobre el mar y el desierto, acompañada de una fantástica playa de anaranjada arena.

Por lo visto en el mar del Cabo, que normalmente es una balsa de aceite, durante las noches sin luna se produce un efecto óptico alucinante al nadar y se ven cantidad de lucecitas fosforescentes, pero nosotros no lo pudimos comprobar, pues había luna llena y encima la mar estaba revuelta debido al huracán Isaac, que hacía estragos a muchos kilómetros de allí. Lo que sí que vimos fue una puesta de sol roja magnífica mientras nos comíamos una langosta sobre la arena de la playa. No creáis que sucumbimos al lujo, sino todo lo contrario. La langosta es el plato más común en La Guajira, por lo que también es extremadamente barata. El caso es que en el Cabo no hay mucho más que hacer, pero desde allí se va a Punta Gallinas, en la Alta Guajira, y eso sí que es arena de otro costal.

Para adentrarse en la Alta Guajira, la más auténtica y alejada, hay que ir en lancha o pegando brincos en un 4x4 durante tres o cuatro horas. La lancha no la catamos por la proximidad del huracán Isaac, pero el trayecto en 4x4 por el desierto, intentando evitar trozos inundados por la marea, es muy pesado, por lo que recomendamos quedarse a dormir en Punta Gallinas por lo menos dos noches.

Allí, lejos del mundo y la civilización, nos alojamos en la posada de Victoria, que contra todo pronóstico tenía agua corriente y la luz dada por un generador. El tema del agua se debe a que al lado de la posada hay uno de los pozos de agua más grandes de la Guajira, así que hasta pudimos ducharnos. Pero a parte de estos lujos reservados al turismo, allí la gente vive como hace cientos o miles de años. En una de nuestras largas caminatas y ya en busca de agua, pasamos por varios ranchitos de indígenas wayúus. Así pudimos comprobar que a duras penas entienden el español, y que familias enteras viven en pequeñas chozas hechas de finas cañas, con una apariencia bastante endeble. Aunque parece que una ventisca se pueda llevar la casa entera por los aires, pero por lo que nos contó Victoria los wayúus prefieren vivir en estas chozas tradicionales, pues el aire pasa entre las cañas y están bien ventiladas. Así viven familias de decenas de miembros en unos pocos metros cuadrados, durmiendo en hamacas a varios niveles.

Los indígenas wayúus viven de la cría de chivos y la pesca, como hace cientos de años. Alrededor de las casas y en libertad corretean los chivos entre matorrales y cactus. La escena podría asemejarse a la idea mental que tenemos de un país como Etiopía, por lo seco y rural. En as largas charlas que mantuvimos con Victoria, ésta nos contó que cuando hay un problema entre dos familias, los líderes de cada una de ellas se reúnen para decidir la compensación que le toca al perjudicado, una cierta cantidad de chivos según el mal causado. Esta es la ley de los wayúus, que por lo visto son demasiado ácratas para someterse a ningún tipo de autoridad u organizarse políticamente. Eso sí, han tenido la fuerza necesaria para sobrevivir durante siglos en La Guajira, una zona inhóspita y fronteriza donde el contrabando está a la orden del día.

Las mujeres wayúus, con sus largos vestidos de colores, nos parecieron bellas y exóticas. Muchas de ellas tejen bolsitas y monederos, pero su gran obra de arte son unas llamativas y coloreadas hamacas enormes denominadas chinchorros. Algunas personas también se dedican al contrabando de azúcar, arroz o gasolina, productos que en Venezuela están subvencionados por el Gobierno y que por tanto son mucho más baratos que en Colombia.

En Punta Gallinas, además de la playa de Punta Agujas, el gran atractivo son las Dunas de Taoro. Para llegar al mar hay que subir y bajar unas enormes dunas de arena naranja desde donde las vistas son espectaculares. El lugar y el contraste entre el color de la arena, el cielo y el mar bien valen las largas horas de trayecto hasta aquí. En resumen, la tranquilidad de La Guajira, la escasez de turismo y la conservación del modo de vida tradicional hacen de esta remota península un lugar exótico y diferente a todo lo que hayamos podido ver en América del Sur.

Os dejamos algunas fotos aunque no podemos mostraros sitios espectaculares como las Dunas, pues de repente la cámara de fotos dejó de funcionar. 



Camino al fin del mundo



La langosta, el alimento más común en La Guajira



hasta el sol se pone diferente...



despertando de una noche en chinchorro



el pescado fresco se vende a carretadas en el Cabo



aquí estamos llegando a la Alta Guajira



el fin del fin



donde dos simpáticas niñas nos cruzan en barca



y otra gente nos ve llegar



las langostas voladoras son enormes y llamativas



las iguanas también



dos niños nos muestran el camino a la playa



donde nuestros pasos ahuyentan a los pelícanos



típico paisaje de la Alta Guajira, donde la quietud invade el ambiente



haciendo amigos



Isaac nos manda un saludo



otro paisaje común, arbustos y cactus sobre tierra naranja



y chivos por todas partes



algunas de las humildes chozas de los wayúus



y la reacción al ver a una guiri pasar en bikini



¡qué guapos son estos niños!



el mar pasa a ser un río, y luego una laguna



anochece en La Guajira



y toca irse para casa



pero nos encontramos con Adolfo, quien nos llevará a Punta Agujas



para disfrutar de la puesta de sol



Nos despedimos con la última foto de la cámara G12 de Xavi, que inesperadamente nos ha abandonado. Esperemos que sean un "hasta luego" y no un "adiós"

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