22 de agosto de 2012

Cartagena de Indias, reviviendo un pasado de conquistas y piratas


Cartagena de Indias es, sin duda, una de las ciudades más bonitas y mejor conservadas de Sudamérica. Aunque el calor de día puede llegar a ser sofocante, pasear por el gran centro histórico, donde se suceden miles de casas coloniales de colores con buganvillas y hermosas flores saliendo de patios y balcones, es un auténtico placer.

El centro es una verdadera joya que te traslada al pasado colonial. De día no hay mucha gente en las calles, y los vendedores ambulantes de frutas y zumos con sus gritos estridentes y el caminar pausado de la gente te recuerda que estás en pleno Caribe. De noche, cierran los comercios y pasear por la ciudad tiene una magia sin igual. En las plazas borbotean las fuentes y por todo el centro se oyen los cascos de los caballos que tirando de los carros pasean a los turistas. La gente se sienta en las terrazas de las tranquilas plazoletas o sobre la muralla para disfrutar del fresco y escuchar buena música. Nosotros nos aficionamos a ir a Donde Fidel, un mítico y pequeño local atestado de fotos donde ponen salsa clásica de la buena.

Para comprender mejor la historia de la ciudad visitamos el Museo Naval, donde se explica lo complicado que fue defender Cartagena, uno de los pues en tiempos coloniales de los continuos ataques de piratas financiados por Francia e Inglaterra, como los célebres Francis Drake o John Hawkins. Para ello se tuvieron que construir barreras submarinas, murallas alrededor de la ciudad y fuertes y castillos que defendieran la villa de los asaltos por tierra. Pero en Cartagena, y especialmente en el Castillo de San Felipe, se recuerda con orgullo la batalla de 1741, en la que con sólo 3.000 hombres se consiguió defender la ciudad del ataque más grande jamás preparado, el de Edward Vernon, con más de 23.000 hombres y 180 naves implicadas. Por desgracia, en los siglos siguientes la ciudad se deterioró muchísimo y vivió una decadencia tremenda.

De hecho, quitando la parte histórica y una especie de lengua larga rodeada de mar que se llama Bocagrande, donde están los grandes hoteles y las playas (aunque éstas no valen mucho la pena), el resto de Cartagena está en un estado lamentable, con muchas calles sin asfaltar y con unas condiciones de movilidad penosas. Cuando llegas a la terminal de buses y te montas en una buseta para ir hasta el centro, con tanto bache y tanta miseria no te puedes creer que hayas llegado a una de las ciudades más carismáticas de América. Si encima te toca viajar con un predicador que te mete una chapa de una hora sobre Cristo y Satanás, la cosa se vuelve difícil de soportar. Pero dentro de las murallas discurre una realidad totalmente distinta e inmensamente placentera.

En los alrededores de la ciudad también visitamos Playa Blanca, en la isla de Barú, una playa caribeña en la que nos quedamos a dormir una noche, literalmente sobre la arena, en una hamaca con mosquitera. Fue una experiencia inmejorable, aunque cometimos el error garrafal de ir en un barco turístico y lento, el Alcatraz, que además de dejarte en Playa Blanca te llevaba a ver las Islas del Rosario. El viaje de ida, bajo un sol de justicia, fue dantesco, con numerosos niños mareados y vomitando sus respectivos desayunos. En las Islas del Rosario paramos una hora para que quien quisiera pudiese ver un show de delfines y tiburones, mientras el resto de gente, centenares de personas, nos bañábamos en la única playa de la isla, de unos diez metros de amplitud. Pocas veces nos hemos sentid tan borregos. 

Menos mal que en Playa Blanca dejamos la pesadilla del barco y pudimos pasar una tarde la mar de relajada, bañándonos en un mar cristalino y calentito, viendo la puesta de sol, cenando pescadito a la luz de las velas y durmiendo al aire libre en las hamacas. Al día siguiente, con la playa casi desierta, nos dedicamos al buceo y pudimos ver muchos peces de colores. Así estuvimos la mar de bien hasta que al mediodía llegaron los barcos y cayó un buen chaparrón. Contentos y relajados volvimos a Cartagena, donde esa noche asistimos a la mayor tormenta eléctrica que hayamos presenciado en nuestras vidas, un espectáculo de luz y relámpagos en el que el cielo parecía que fuera a partirse de un momento a otro,  y que nos volvió a convencer de que no hay nada más grande que la naturaleza.


Cartagena tiene un toque decadente que nos encanta



aunque muchas casas y monumentos están perfectamente restaurados



Lo nuevo y lo viejo, cara a cara



A mediodía probablemente diluvie



pero sin duda este casco antiguo tiene algo mágico y único



Casas de colores, plantas y buganvillas que caen de todos los balcones



y desde la zona amurallada se ven los rascacielos de Bocagrande



pero nosotros preferimos centrarnos en lo viejo



donde hasta algunos coches hacen juego con el ambiente



hay cientos de calles por recorrer



por la noche, la salsa más emocionante se escucha Donde Fidel



y por la calle, silencio, luces y paseos en coche de caballos



visitamos el mítico Castillo de San Felipe



Cartagena, una joya caribeña que muchos abordaron desde el mar



Viva el turismo de masas, nos vamos hacia las Islas del Rosario y Playa Blanca



Bocagrande, el NY del Caribe colombiano



Algunas de las 27 islas del Rosario, que se visitan fugazmente desde el barco



y el mar cristalino, una pasada



a la rica caracola



y a la rica langosta



Playa Blanca, masificada tras la llegada de barcos y lanchas



Las simpáticas pero pesadas masajistas de playa



Cuando se va la gente, empiezan las escenas interesantes



y la puesta de sol


de postal



sin necesidad de photoshop



hace volar nuestra imaginación



y la de cualquiera que ande por allí



vista desde la hamaca, a primera línea



por la mañana, antes de la llegada de los invasores, la playa está desierta



bueno, algún que otro local ya mira de vender ensalada de frutas o gafas para bucear



a eso nos dedicaremos en las horas siguientes



ya de vuelta a Cartagena, alucinamos con la iluminación nocturna de una tormenta eléctrica

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